Bella Ciao, una versión "pulenta pulenta"

viernes, 30 de diciembre de 2011

La Nación lo hizo de nuevo




Pasen y vean:

"China anunció un ambicioso programa espacial"

"Planea enviar un chino a la Luna en los próximos cinco años, entre muchos otros proyectos."
A continuación, futuros titulares de LN, adivine usted cuál es el más probable:
  1. Israel anunció una ambicioso programa espacial. Planea enviar un judío a la Luna
  2. Bolivia  anunció una ambicioso programa espacial. Planea enviar un bolita a la Luna
  3. Nigeria  anunció una ambicioso programa espacial. Planea enviar un negro a la Luna
  4. España  anunció una ambicioso programa espacial. Planea enviar un gayego a la Luna
  5. EEUU  anunció una ambicioso programa espacial. Planea enviar un hombre a la Luna
Probablemente en la redacción de LN sostuvieron encarnizadas discusiones, dado que es un terreno de lucha de ideas, hasta determinar el vocablo a usar según su manual de estilo.
Habrá que ver, después, las columnas de opinión de JMS, LM, o la inefable Betty. En LN, se sabe, tienen cabida todas las voces, y de ese modo los receptores del mensaje pueden formarse libremente su propia opinión.

¡Cuánta razón tenía Humpty Dumpty!

Lo importante no es saber el significado de las palabras, sino saber quién manda.


Feliz Año Nuevo !

martes, 27 de diciembre de 2011

Veto a la Ley antiterrorismo ¡YA!

Desde este blog, conscientes de nuestra responsabilidad republicana, bla, bla,bla. Y fuera de joda, rompemos una lanza más, por corta y blanda que sea, por las causas en las que creemos:
Veto a la infame Ley Antiterrorismo ¡YA!
Sin vueltas ni dilaciones.

lunes, 19 de diciembre de 2011

La revolución en ojotas o Una mirada de hace 10 años


EL REINO DEL REVÉS

18 de febrero del 2002
La revolución en ojotas
[Nota La Haine: ojotas = chanclas]
La tarde del 19 [de diciembre] transcurría entre TN, Crónica [medios de prensa] y mucho mate. Los llamados telefónicos cruzados daban cuenta de la inquietud que nos embargaba a todos.
- ¿Estás viendo la tele? - Nos preguntábamos, ya no tan incrédulos como tristes. Creo que la mejor síntesis es esa: tristeza. Un poco de amargura, impotencia, bronca. Pero, básicamente, tristeza. ¿Por qué en este bendito país otra vez el dolor de la miseria? Encarnada presencia que tan sólo un día antes olvidábamos, acorralados, esperando unas fiestas que- ya sabíamos - serían las más tristes en años, décadas.
Era imperioso reunirse con alguien para compartir el dolor, sostenerse mutuamente. ¿Y ahora? ¿Qué hacer? Las imágenes nos remitían a 12 años atrás. El calor y las vestimentas a zonas tropicales imprecisas. ¿Por qué será que los pueblos hacen tronar el escarmiento en jornadas tórridas? ¿Es el calor que enerva los cuerpos, excita los sentidos?
Mi sociólogo de cabecera opina que el valor simbólico de la sidra en la mesa navideña es muy fuerte como para soportar su ausencia. Las primeras expresiones de comprensión por parte de los cronistas comienzan a ser matizadas. La sustracción de televisores o lavarropas no tiene nunca buena prensa.
Mi sociólogo me recuerda aquel dicho, tan común hasta no hace tanto tiempo, que deploraba las deficientes decisiones financieras de los pobres que los llevaban a levantar antenas de televisión sobre las chapas de sus precarios hábitats. ¿Cuándo dejarían de ser pobres si persistían en escanciar innumerables botellas de tinto para regar pantagruélicos asados? Aunque hoy en día sería lícito discrepar con la actualidad de semejante afirmación.
Las transmisiones televisivas van desde la urgencia en vivo hasta la revisión de acontecimientos de media o varias horas atrás. La referencia espacial es un dato menor: todas las caras son parecidas. Rostros criollos que la Argentina blanca sólo registra en las esquinas, limpiando parabrisas; en las crónicas policiales del conurbano; o en documentales de domingos invernales, con mirada antropológica, antes del fútbol.
Miradas huidizas ante las cámaras, semisonrrisas de complicidad, la excitación doble del desafío al orden y del anticipado disfrute del desquite ante tanta privación, tanto toqueteo a la glándula del consumo sin obtener satisfacción.
Marcas de época: las encías desvestidas delatan cualquier identidad que alguna ropa con marca trucha pueda confundir. Cunden las camisetas: Boca, River y muchas otras menos reconocibles fuera del barrio o partido; asoman así las identidades profundas, las verdaderamente irrenunciables, las que no se niegan ni bajo tortura: la piel y la pasión por la divisa amada. No hay religión que compita con ese amor, ni sentimiento que movilice más.
Suena el teléfono: es la secretaria de mi analista que me recuerda que el licenciado tomará sus vacaciones en febrero, como siempre, y que si necesito alguna consulta de urgencia la concierte llamándola con 24 horas de anticipación, como siempre. De paso alude a las seis sesiones que debo, y que no, no aceptamos pagos en tarjeta o cheque, como están las cosas hoy en día sólo en efectivo. Fin de la conversación, me pregunto si esta terapia será la más apropiada para los tiempos que corren, como no encuentro la respuesta abandono la cuestión.
Los amigos hacen el aguante: juntos se soportan mejor esas miradas mudas, ese morderse el labio inferior moviendo la cabeza de este a oeste.
- ¡Calentá el agua, ché! Hay que romper el silencio y comenzar a verbalizar el desconcierto. Las primeras aproximaciones rondan las teorías conspirativas: Que los "perucas", que alguna ultraizquierda trasnochada.
Lentamente una certeza nos invade: sólo pulsiones muy fuertes mueven a las personas a transgredir leyes, códigos, costumbres y mandamientos. El hambre se corporiza, y su visión también nos denigra, sólo un poco, es cierto, comparado con quién lo siente. Un bochorno muy evidente nos asalta ante la vista de alimentos pisoteados, repartos que recuerdan a los viejos jardines zoológicos. Ya ni a los animales se les entrega el alimento así. Todos nos sentimos un poco sucios. ¿Será nuestra también - aunque sea en parte - la culpa? ¿No hicimos lo que sabíamos que era necesario?
La opinión del sociólogo ya no fluye nimbada del aura de respetabilidad académica que le da a las palabras un peso, una redondez, un cierto tono de punto final. Entre mate y mate sus juicios lucen deshilvanados, cae - como todos - en universales interjecciones, tan cargadas de significados, tan conocidas...
- ¡Qué barbaridad, ché!
Muy despacito siento que la acidez estomacal comienza a subir, a bajar. Algo dentro de mí cobra vida, no puede deberse únicamente a la sobredosis de yerba mate. La opresión a la altura del diafragma se parece demasiado al pánico. Y me digo que no, que basta de miedo, que ya no hay nada que perder, sólo - quizás - la pusilanimidad; y que frente a la indignidad hay sólo una respuesta: la indignación, la pura y santa indignación.
Una certeza se va instalando: el día más largo del año se adelantó. La tarde recién comienza y se nota la preñez que carga. Oscuros nubarrones que presagian un fin de época.
Mas llamados telefónicos: - Poné la radio, - ordenan. Ya hay muertos, pobres. Los pobres son muertos. Pobres muertos, muertos pobres. Un muerto es un muerto es un muerto es un muerto. Pobres los pobres.
Un supermercado vacío parece muerto. Un pobre, muerto, ¿Qué parece? Pobres de solemnidad. Certificado de pobreza. Tienen dónde caerse muertos. En zanjas mal trazadas, veredas rotas, calles de tierra y asfaltos calientes. Un pobre Cristo cae muerto del techo de una escuela, pobre. Pobres centuriones matan por pocas monedas.
Avanza la tarde, y los bizcochos se imponen para acompañar al mate. Los comemos con poca hambre y algo de vergüenza.
La tele trae más retratos. Humo y policías. Chicos corriendo, muchos chicos. ¿Por qué será que dónde hay pobres siempre hay muchos chicos?
Un ministro llena la pantalla: el gobierno va a actuar con la ley en la mano. La vida, libertad y patrimonio de los argentinos serán protegidos. No aclara en qué orden de prioridades.
Imágenes del paraíso patronal: empleados armados para defender el capital. Pobres contra pobres. ¿Quién ganará? ¿Cuántos pollos por día puede comer uno? ¿Cuántos días sin pollo puede aguantar uno? Dicen los números que en el país se comen tantos pollos por persona por año. Sin duda alguien está comiendo de más, por que en la tele aparecen personas que no parecen haber comido ninguno en muchísimo tiempo.
Mi amigo el sociólogo propone darse una vuelta por el mercadito del barrio, quizás necesite de nuestra ayuda frente a posibles ataques.
Hay transmisión en directo de la ciudad y del país, entiéndase, de la capital y su conurbano.
La ciudad está paralizada. Nadie circula, y ya comienzan a operar - caramba, qué temprano - las usinas de rumores. En tal barrio tal cosa, y en tal otro, tal otra. Vienen de allá para acá, y van de acá para ¿dónde?
La aparición en la caja boba de esquinas conocidas siempre tiene algo fascinante. Un supermercado saca botellas de aceite a la calle.
- Para prevenir el saqueo lo va a regalar a los pobres, - supone mi amigo el sociólogo -, ese tipo comprende que hay que perder algo para sostener el sistema. Es más, - me apostrofa - es un burgués lúcido.
Algo de repente no encaja: los empleados comienzan a derramar el aceite en la vereda.
- Es para evitar el saqueo - aleccionan al periodista que interroga algo morbosamente. Uno imagina el improbable espectáculo de pobres patinando en aceite, pero es muy fuerte.
A lo lejos gente corre, policías gritan. En la puerta de su casa el vecino, de rigurosa camiseta musculosa, opina que no hay que escatimar palos, y que el hambre no ha de ser tanta, ya que acaba de observar, fíjese Usted que oportuno, como un chiquilín rechazaba unas facturas de ayer que le habían sobrado - estaban buenas, no crea - para ir detrás de la góndola de los dulces en el supermercado que saquearon en la otra cuadra. A este paso van a querer comer asado todas las noches, o brindar con pan dulce italiano para las fiestas.
Los amigos se van, quizás un tanto resentidos por mis evasivas ante alusiones a poner algo más sustantivo que bizcochos sobre la mesa.
En directo desde casa de gobierno los cronistas informan que los uniformes blancos que pululan por el salón blanco fueron invitados y no han venido, como algunos alarmistas difundieron, para proclamar algo. La preocupación presidencial por los acontecimientos se refleja en el gesto adusto con que reparte condecoraciones. Ningún hecho anecdótico que se produzca en lugares tan poco relevantes como Moreno o La Tablada podrá interrumpir fastos previstos tiempo antes, y que tanta importancia tienen para consolidar las relaciones entre el ejecutivo y las fuerzas armadas. Fin del comunicado. Las emisoras participantes continúan con la difusión de sus respectivos programas.
Los canales de aire, luego de febriles negociaciones con sus principales patrocinantes - ¿Patrones? - Comienzan programaciones especiales. Por ahora es tiempo de crónicas, recién mas tarde, cuando la gente pensante retorne a sus hogares (o se acueste la que sale a trabajar - o buscar trabajo - a las seis de la mañana), a esas horas, digo, vendrán los sesudos analistas que masticarán, regurgitarán y vomitarán las explicaciones, y recomendaciones, que la situación impone.
Como todos los días espero el horario de tarifa telefónica reducida para abrir mi e-mail. Mensajes de amigos por el mundo: ¿Qué pasa?
Respuesta única para todos: ¿Cómo saberlo? Por las dudas pido socorro, aunque sea condolencias, por lo menos un poquito de solidaridad. Pero ese es un bien escaso, aún electrónicamente.
La tristeza invade la cena, y hace falta más soda que la de costumbre para tragar los bocados. Las informaciones sobre el ansiado mensaje presidencial son contradictorias: que ahora, que después, que el hijo, que la madre. Los rostros ministeriales evaden precisiones.
La incertidumbre planea sobre los argentinos. Sordos ruidos oír se dejan: acero contra acero, pero nada de corceles o jinetes. De rigurosa infantería la gente sale a las calles.
Por lo pronto allí se quedan, como quién sale a la luz después de un largo encierro. Los ojos se acostumbran despacio a la presencia del otro. ¿También él siente lo que siento yo? Ese tipo en bermudas y esa mujer con ruleros: ¿Son mis semejantes?
La televisión muestra gente parada en las esquinas. ¿Qué tienen esas señoras con aspecto de venerables matronas en sus manos? Las noticias confirman la gravedad de los sucesos: se ha suspendido el fútbol. Sólo un cataclismo es comparable a esto. Ahora es oficial. Caras de sorpresa en la mesa familiar. La aparición del escudo nacional en la pantalla debería traer mesura y tranquilidad, pero no, casualmente no.
Mensaje presidencial. ¡Casi nada! Veamos. Vagas palabras plagan la vana parla.
Un sonido se filtra hasta las capas mas profundas de la conciencia. No, no es eso. Digo: no puede ser. Fin del mensaje. Periodistas de saco y corbata, y otros solamente con saco confirman lo oído pero no asumido. Tres palabras que erizan la piel de la nuca, y ahora sí, la santa indignación que vuelve, se instala cómodamente en el cuerpo, se adapta a cada rincón y reproduce curvas, huecos y protuberancias: somos toda santa indignación, y así como la humillación se traga la indignación se expulsa. Hay que sacarlo todo afuera.
- Vamos - digo, y todos en casa saben adónde. Elementos para hacer ruido; si la voz no se escucha será la hora de los instrumentos, pues. Pitos y cacerolas, algunas no muy limpias - mejor - quizás tengan más contundencia. Tres palabras siguen resonando en la conciencia de cada uno de esos que, al paso por las esquinas, se van sumando.
- ¡Vamos, doctor, vamos!
- ¡Vamos, doña Rosa, vamos!
- ¡Dale Pepe, vamos!
Los chicos van en la punta; y está bien que así sea. Para ellos las tres palabras no cargan tanto recuerdo. Son puros, y su alegría contagia: hay que hacerlo con alegría, la indignación camina, pero la alegría marcha. Y marchamos, sin saber bien qué queremos, pero convencidos de lo que no queremos. Tres palabras lo resumen.
Autos con banderas no lo quieren. Hermosas veinteañeras con caras camisetas de la selección no lo quieren. Adolescentes ricoteros de los barrios no lo quieren. Comerciantes pequeños y empequeñecidos no lo quieren. Sociólogos de prolija barba no lo quieren. Psicólogas sin trabajo no lo quieren. Desocupados desesperanzados no lo quieren. Los policías que cobran magros bonos: ¿Lo querrán?
Pura y santa indignación por lo que han hecho de este país que - sí, aun que sea cursi decirlo - amamos. Cada uno como puede, y otros como lo dejen.
Acorralados, eternos deudores, los argentinos saben lo que no quieren: tres palabras lo resumen.
Todo el mundo en pantalón corto, zapatillas y ojotas. ¡Cómo! ¿Este no era hasta hace poco un país de estreñidos?
- Ya ganamos algo - digo, perdimos la pacatería.
De los aerosoles brotan las respuestas: ¡No! A las tres ominosas palabras. Marchamos, y somos muchos. Y somos semejantes. Ese señor de elegantes bermudas y camisa de marca: ¿Será mi prójimo? ¿O será el borrachito que duerme en la galería céntrica? ¿Será ese viejo militante que no puede ocultar el brillo en su mirada?
A todos nos ganan antiguos fulgores. No sabemos qué queremos, pero sí - y muy bien - lo que no queremos: tres palabras ya lo dicen.
¡Al estado de sitio, se lo meten en el culo!

martes, 13 de diciembre de 2011

Un pobre y gris reformismo


Uno será un pobre tipo, de aspiraciones limitadas.
Un "quebrado", dirán, de vuelo bajo.
Las convicciones revolucionarias marchitas, quizás chicanearán.
Un conformista, casi despreciable, lo execrarán.
Sin embargo uno sospecha que un sólo chico alimentado y en la escuela, vale por mil hipotéticas y futuras revoluciones.
¿Qué quiere que le diga, vió? Uno es así de contradictorio y chato, que prefiere un pobre y gris reformismo en mano, a riquísimas y coloridas revoluciones volando.
Udi

Pasen y vean, si no:

La Evaluación que se detalla en la nota central sorprende, de entrada, por su magnitud. No es una muestra estadística, ceñida a un número acotado de alumnos: es una Prueba Censal que abarca a todos. Una medición que sólo puede (y debe, más vale) realizar el Estado: 277.959 estudiantes, de 7308 escuelas, de las 24 jurisdicciones. [...]
Los desempeños de los alumnos de educación secundaria han mejorado bastante entre 2007 y 2010, medidos en una evaluación que cumple los standards internacionales más validados. Si se permite extrapolar una expresión, el avance no ha sido revolucionario, sino reformista. Los mayores desplazamientos se han dado del rendimiento bajo al medio. Las transiciones positivas no han sido idénticas, [...]
***
La caída abrupta, el ascenso progresivo: La decadencia del sistema educativo tuvo un punto de inflexión cuando el menemismo, en una de sus medidas más irresponsables, descentralizó las funciones educativas, sociales y de salud, sin la contrapartida de remesar recursos nacionales para que las provincias pudieran bancar tamaña carga adicional. El efecto fue una acentuación de las desigualdades. La crisis económica que se ahondó desde fines de los ’90 y tocó fondo durante el gobierno de la Alianza, acentuó el desquicio. Escuelas devenidas cuasi guarderías o comedores, docentes que hacían huelgas sólo para reclamar que se les pagaran sus salarios de hambre. Muchos maestros engrosaron el contingente de “nuevos pobres”, una novedad sociológica.
Los gobiernos kirchneristas se comprometieron a revertir la declinación, un objetivo irrenunciable que, si se hace bien, insumirá años o décadas. La vastedad del sistema educativo, el pluralismo cultural y federal de la sociedad, las desigualdades potencian las dificultades. Cuando se arranca del subsuelo, es (en términos relativos, se subraya) más accesible producir cambios drásticos. [...]
Tras varios años de crecimiento sostenido y redistribución de la riqueza, las desigualdades han menguado pero no desaparecido. Más aún, se han complejizado. Abarcan asimetrías al interior de la clase trabajadora, como acaso no se vieron jamás en la Argentina. Superarlas es un brete. [...]
La estadística corrobora percepciones de sentido común. Los chicos cuyas madres fueron a la escuela llegan con más competencias que los provenientes de otros hogares. En promedio, cualquiera que se críe en un hogar donde hay bibliotecas provistas y hábitos de lectura tiene mejores perspectivas de “agarrar los libros”. Los datos censales comprueban que los distritos donde es mayor la mortalidad infantil son los menos prolíficos en buenos rendimientos escolares.

***

Todo tiene que ver con todo: Aumentar el presupuesto educativo a un mínimo del 6 por ciento del PBI es una formidable política de Estado, impulsada por el oficialismo y acompañada por prácticamente todo el arco opositor. Claro que la decisión es más eficaz si el PBI aumenta año tras año y con él la provisión de recursos materiales. El ejemplo busca describir la conexión que hay entre medidas específicas y el contexto económico–social.
Las acciones educativas concretas de los gobiernos kirchneristas, amén del presupuesto, incluyen la provisión de netbooks para todos los alumnos, la inversión en infraestructura escolar, las medidas compensatorias para zonas o escuelas más pobres, las mejoras en el salario docente, paritarias con piso nacional incluidas.
El contexto agrega el aumento del empleo, la mejora de los sueldos (en especial los formales), la Asignación Universal por Hijo (AUH), la recuperación del aparato productivo.
Ese conjunto mixto de lo particular y lo general es el sustrato para reformas y mejoras. Difícil discriminar qué es lo que más incide. El cronista, así más no fuera para remar contra la corriente dominante, puntualiza que la “base material” (la inversión pública) es un eje sustancial. Viene a cuento un ejemplo corroborado en otra área, la de Salud, cuando era ministro Ginés González García. Cuando se cerró el Programa Materno Infantil y Nutrición (Promin) se hizo una evaluación para explicar la importante baja de la mortalidad infantil en esos años. Aisladas todas las variables, la única que había tenido un cambio muy significativo, que podía explicar la evolución del indicador, era la inversión directa (equipamiento, insumos e infraestructura). La caja será crucificada por la Vulgata dominante pero es la condición necesaria pero no suficiente para eficaces políticas públicas. Desde luego, hay que asignar bien los recursos pero si no los hay... fuiste.
Aunque la inversión es imprescindible sus efectos distan de ser mágicos o inmediatos. Es más sencillo disponer los recursos que producir consecuencias de largo aliento, máxime en algo tan denso como el sistema educativo. Los cambios son progresivos, aluvionales, si se persiste se notarán con el tiempo. No es lo mismo un año con una dotación presupuestaria digna, que una década seguida. No es lo mismo una primera batida para mejorar el estado de las escuelas que varias, sostenidas y acumulativas.

***

Realidades y aspiraciones: La Prueba Censal se presentó ayer. La presidenta Cristina Fernández de Kirchner adelantó alguna de sus conclusiones en su discurso del sábado. La había leído unas horas antes, estaba entusiasmada, con razón. Los resultados son buenos, entre otros motivos, porque son lógica derivación de acciones previas.[...]

Cada necesidad es un derecho, un derecho adquirido engendra nuevas necesidades. El Plan Conectar Igualdad es elogiable, hasta ahora (según información oficial) se han entregado la mitad de las netbooks necesarias. No es ésa la intención pero, de hecho, hay pibes que están rezagados respecto de sus compañeros. Habrá que analizar esas disparidades (y las de incentivos a los docentes, dotación de material escolar e infraestructura) entre otras variables. Quizá expliquen, así sea parcialmente, diferencias entre escuelas o territorios.
Más educandos (tal vez no todos) van a la escuela a estudiar y ya no a comer. Sus rendimientos mejoran, paso a paso, como predicaba el pedagogo Reinaldo Merlo. Cobran fuerza retos exigentes: capacitarlos para el trabajo, para el cambio, para moverse en un mundo global. El círculo empezará a cerrarse cuando salgan formados como para conseguir trabajo digno y proveer a su subsistencia.
La democracia, según un añejo documento de la Cepal-Unesco, debe acortar la brecha entre realidades y aspiraciones. La realidad viene mejorando, aunque queda mucho por hacer. Las aspiraciones, en buena hora, crecen en paralelo. Lo que era un techo impensable apenas ayer, se transforma en un piso decoroso que se debe elevar. El rumbo es el correcto. La meta no se alcanzó, entre otras razones porque se mueve a medida que se avanza.