Lo extraño, lo desconocido, aquello que no podemos
catalogar, aparece. Y lo hace más seguido de lo que pensamos, sólo que, tal vez
por esas mismas características, no lo advertimos.
Pero, allí está, y un segundo después de no ver nada más que
un blanco, vemos su silueta, su contorno, y quizás su esencia.
Y esa esencia es del material más fuerte, noble y resistente
que pueda imaginarse: nuestros terrores.
Los fuimos acunando, los alimentamos y fortificamos. ¿Qué
hacer con ellos si no?
Hasta que los tenemos de frente, y los reconocemos. ¡Pero,
claro, si yo te creé! Fui recolectando cada ladrillo de tus paredes, colocando
cada viga de tu estructura, inventando cada pigmento de tu color.
Y aquí estamos, después de no creer en tu existencia, pasada la negación de tu inconfundible pertenencia, frente a frente.
Entonces, como en un final cursi, puedo decirlo:
No sos vos, soy yo.