Bella Ciao, una versión "pulenta pulenta"

lunes, 3 de febrero de 2014

Woody Allen, Match Point, el abuso, la suerte y la culpa.

Hace varios años, discrepé con muchos sobre el tema principal de la película "Match Point".
A la vista de lo que sabemos hoy, reafirmo todo lo que oportunamente dije, agregando, tan sólo dos palabras al final del post. Estas serían: "como él".

"Match Point" o la influencia de la suerte en los avatares humanos



Hay quién dice que la suerte es amoral y juega con nuestros destinos. Su existencia, para el siglo que reverencia a la ciencia entronizándola más que a la agria Atenea, ha sido muchas veces negada. Y hay quién, emitiendo un juicio moral, lo lamenta.
Pero, ¿Cómo no nos dimos cuenta que al ser la suerte quién da y quita queda exonerada nuestra responsabilidad? En medio de la paradoja quedamos los humanos, desnudos frente a la creación, esperando que aparezca Prometeo para traernos el fuego.
Los habituales trajinadores de estas páginas conocen de mi natural componedor y poco dado a las definiciones tajantes, dejando - salvo en cuestiones éticas - espacio para la comprensión de las miserias humanas. "¿Quién no tiene un muerto en el armario?" me habréis oído contemporizar. No es esta, mis queridos seguidores, ocasión para medias tintas.
En efecto, si "vivimos a merced de la suerte", entonces no sólo el azar (o un dios de segundo orden) dirige, digita y juega con nuestras vidas, sino - peor aún - nada que hagamos puede alterar esta circunstancia.
¿Así que una pelota que caiga de un lado u otro determina toda una serie de acontecimientos y líneas de desarrollo que pueden llegar a ser hasta contradictorios?
Para seguir con el ejemplo tenístico y desmontar el sofisma: la pelota puede caer de cualquier lado, y la suerte determinará quién es el campeón. ¿Y todas las pelotas anteriores? ¿Cómo llegaron a esa instancia los contendientes? ¿Estuvo la "suerte" inequívoca y dócil siempre de un lado? Si la suerte interviene con tal potencia ya podría ser cualquiera de nosotros campeón de Roland Garrós. Pero lo cierto es que para llegar a ese instante se requiere de una vida dedicada a esa actividad - amén de talento.
Aquellos acostumbrados a mirar el dedo que señala la luna habrán tomado a Match Point como un discurso sobre la suerte y su incidencia en la vida de los comunes mortales. De hecho, más allá de la crítica y los argumentos de venta de las distribuidoras, la suerte, dice el habitante más famoso de Manhattan, no existe. Nosotros hacemos que las cosas sucedan, poniendo nuestro deseo y voluntad detrás de su consecución.
El protagonista: ¿Tiene suerte de casarse con una mujer adinerada? ¿O tiene suerte que el hermano de ésta lo haya invitado a cenar? o, antes aún ¿llegó la suerte cuando aceptó la previa invitación de éste a tomar una copa? ¿O, simplemente, si nos postulamos a un cargo de profesor de tenis en el club más exclusivo de Londres no será hasta previsible que comencemos relaciones personales de este tipo?
El héroe de Allen no tiene suerte, de hecho no la necesita, él y su poderosa voluntad está detrás de todo lo que le pasa. Sólo que a veces las cosas se van de madre, y eso sucede, no por mala suerte, sino cuando encontramos otra voluntad puesta a conseguir un deseo que contradice los nuestros.
Y aquí, mis pacientes lectores, es dónde aparece brillando la gema que el renegado de Holywood esmeriló con paciencia durante una hora para sus - a estas alturas - confundidos espectadores.
No vanamente el protagonista lee a Dowstoiesky, quién abruma a Raskolnikov con la culpa. Hay quién cree que el protagonista de Match Point se enfrenta a acontecimientos inesperados. Producto, deberíamos pensar, en este caso, de su "mala suerte". Pero, ¿Qué puede haber de inesperado en que una amante traicionada amenace con revelar la relación a la legítima?
¿Por qué, entonces, "Crimen y castigo"? El profesor de tenis que nos presenta Allen es profundamente moral, como el atormentado ruso. Sólo que lo es al estilo de nuestro siglo. Sabe, el protagonista, dónde están el bien y el mal. No reniega del primero, pero, aquí la genial intuición del autor para encontrar el espíritu de nuestros tiempos: puede vivir con la culpa que le genera cometer el segundo.
Esta es, a todas luces, la genialidad de esta obra de arte. Allen toma el concepto de culpa que trabajó Dowstoievsky, lo retuerce, lo destila, extrae su esencia, lo viste con el ropaje de nuestro tiempo y nos lo presenta: Esto es "La culpa" en este siglo.
"Aprendemos a vivir con ella", dice Chris. Y así vamos por la vida, que sigue siendo maravillosa. El sol sale, nuestro hijo nos sonríe, el auto espera en la puerta.
El mundo, Allen siempre lo supo, está lleno de hijos de puta que duermen como angelitos por las noches, "como él".
Udi