Muy grande ha sido la sorpresa de los medios de comunicación del reino de España, de su clase política, dirigencia empresarial y hasta de ciertos filósofos que de tanto en tanto suelen ganarse algunos euros visitando capitales latinoamericanas para reflexionar en voz alta sobre cuestiones tanto trascendentales como de candente actualidad; muy grande - decíamos - fue su sorpresa al difundirse los exabruptos con que cierto caudillejo sudamericano se dirigió hacia Su Majestad, el rey - sí habéis leído bien - El Rey de España, Don Juan Carlos de Borbón.
Más allá de la crónica menuda, que refiere a los dichos del dictadorzuelo caribeño sobre las cualidades personales, políticas y humanitarias del anterior presidente del gobierno de España Don José María Aznar, no debe de escapársenos la verdadera intención del aspirante a heredar el trono que, más temprano que tarde, dejará vacante Fidel Castro en la corte de los milagros de las atrasadas dictaduras sudamericanas, qué, como bien dijo no ha mucho tiempo nuestro distinguido cónsul en Córdoba, Argentina, de no haber sido por la tarea civilizatoria emprendida por España en cumplimiento de su destino manifiesto, una vez unificado y pacificado el reino, allá por 1492 con la expulsión de los elementos indeseables y disociadores, habrían permanecido en la oscuridad del atraso, sin lengua, sin ciencia y sin Dios.
Muy claramente deben los súbditos de la corona comprender que el verdadero destinatario de los soeces insultos del mulato de Caracas es - antes que nada - el estilo de vida español, sus valores democráticos, su estirpe conquistadora, su linaje europeo y su prosapia viril, aguerrida, alejada de los lloriqueos blandengues y feminoides que pretenden culpar a los demás por la propia ineficiencia, por la molicie a la que tan afectos son en esos "tristes trópicos", parafraseando al judío Levi-Strauss, en fin, haciendo al resto del mundo responsable de sus congénitos defectos y su falta de predisposición al aprendizaje de los valores que España intentó, con relativo éxito, inculcarles a lo largo de más de 300 años.
Deben los "españoles todos" saber que el resentimiento de la chusma es infinito, y su envidia por los logros del sistema democrático en el reino los llena de odio hacia todo aquello que huela a europeo, a español, en suma: a civilización.
Pero no deberían los súbditos de la monarquía más preclara y democrática del mundo entero asombrarse. Este ataque artero y vil tiene objetivos de más largo aliento que enlodar la figura de nuestro anterior presidente con epítetos de baja estofa. La verdadera intención del déspota caribeño, y sus adláteres andinos - para no hablar del silencio cómplice de los fallidos pagadores del cono sur - es otra vez el primer paso hacia la expropiación y el latrocinio de la riqueza que la fecunda inventiva y esfuerzos españoles han generado en toda la América del Sur.
A no engañarse, pues. El real objetivo de los caciques sudamericanos y sus harapientos prosélitos es apoderarse de todo lo que de bueno, humano y civilizado España ha hecho en los últimos decenios en materia de comunicaciones, energía, transporte y finanzas.
Otra vez pretenden estos simios semiparlantes disfrutar de los beneficios que el capital español ha desparramado sobre su tierra, tan rica en recursos materiales, pero que de nada les servirían sin la imaginación, el tesón y la laboriosidad de los directivos de las empresas españolas, que han desarrollado, allí dónde sólo atraso había, las líneas de telefonía, la explotación hidrocarburífera, los transportes aéreos y la financiación de su proverbial despilfarro a través de nuestras instituciones bancarias.
¡Atención españoles! Este ataque es sólo el comienzo de una ofensiva sobre nuestros bien ganados patrimonios. El mestizo del caribe y el indio del altiplano se proponen expropiar a la corona, es decir, a los "españoles todos", de lo que por derecho le pertenece.
Nuestro vacilante presidente actual no debe llamarse a engaño, la defensa del patrimonio de las empresas españolas es la defensa de los españoles todos, es la defensa de los valores sacrosantos y democráticos de la propiedad frente a la anarquía, del orden frente al caos, de la rectitud y hombría frente a la puñalada trapera, en fin la causa de España y sus empresas es la causa de la civilización frente a la barbarie.
Este es, pues, nuestro frente de batalla en la eterna lucha entre la luz y las sombras.
Así como nuestros primos sajones no deben cejar en su guerra contra las tinieblas del islam (guerra que, por otra parte, ya España libró y en la que marcó el camino) así debemos los "españoles todos" cerrar filas contra las hordas mestizas, mulatas y cuarteronas que pretenden holgar y medrar apropiándose del sacrificio español.
Así, pues, como ya fue dicho en tantas ocasiones en que el león ibérico ha sido desafiado:
Udi
Rosario, Argentina, noviembre de 2007