A propósito de las deportaciones sufridas por argentinos, recordé esta carta, de Marzo de 2002.
Se me cayeron las lágrimas, casi...
"Gran regocijo ha provocado en los sufridos ciudadanos de
En miles de iglesias españolas compungidos fieles recolectaron donaciones puesto que les "... duele Argentina.”
Maravillosa muestra de fraternidad. Los tradicionales y augustos valores de caridad cristiana, de la que siempre hicieron gala los habitantes de la península en sus relaciones con el continente americano. Solamente algún resentido podría no haber previsto tan compasiva respuesta de nuestra “Madre Patria”.
Conmovedoras imágenes de bien alimentados niños españoles apilando ropa en desuso reconfortaron los corazones argentinos. No menos impactante fue saber de los medicamentos reunidos para combatir infecciones en la desprotegida infancia argentina. Sin olvidar las varias toneladas de alimentos que mitigarán el hambre que, cual azote bíblico, se descarga sobre la otrora ubérrima “Reina del Plata”.
Muy duro habrá de ser el corazón para que no brote una lágrima de agradecimiento ante tal espectáculo de piedad y amor por el prójimo, por lejano que éste se halle.
Pero nada de esto debería asombrarnos. Es únicamente debido a las tortuosas campañas de desinformación por parte de pretendidos protectores de animales que no está suficientemente difundido el hecho que la carne de los toros que fallecen los domingos en algunas plazas españolas se destina al consumo de los escasos indigentes que restan en ciertas áreas periféricas.
Es patético observar los esfuerzos de ciertos elementos que pretenden mutilar componentes esenciales de la cultura de un pueblo, forjada a lo largo de centurias de respeto por las costumbres, sentimientos y credo de otras nacionalidades.
Grandes dotes de organización han demostrado los ciudadanos españoles, no reparando en gastos de comunicación para formar una red de solidaridad tan generosa. Indudablemente han de desecharse por tendenciosas e interesadas las versiones que adjudican esta facilidad logística al bajo precio de las comunicaciones telefónicas en la península, sugiriendo incluso – colmo de la desvergüenza – que estos valores son posibles gracias a la abultada tarifa que la empresa de telecomunicaciones española percibe en Sudamérica, producto de concesiones muy pródigas de gobernantes que, siempre al estar de estas versiones, habrían antepuesto crematísticos intereses personales al bien común.
Los ingentes esfuerzos de la sociedad civil española por ayudar a
Ningún obstáculo, empero, detiene al español cuando de ayudar al otro se trata. El traslado hacia
Por supuesto que una operación de ayuda internacional de este tipo – la de los últimos días, decimos, no la de la última década – requiere de gastos, trámites, permisos de embarque y certificados de exportación. Todas estas complejas tareas de organización fueron posibles gracias a la invalorable experiencia y la altruista ayuda de las más importantes instituciones de crédito del reino España. Como no podía ser de otro modo aparecieron inmediatamente quienes arguyeron que esta asistencia era posible debido a las fabulosas rentas que los bancos españoles obtuvieron durante años en la Argentina, prestando dinero – dicen – a tasas que llegaron a decuplicar – exageran – las aceptadas internacionalmente. Llegan incluso estos pérfidos detractores a calificar dicha legítima renta empresaria de usura, actividad económica particularmente odiada por el pueblo español, a tal punto que hace quinientos años – nada menos – se libraron de ella expulsando a algunos compatriotas que profesaban distintas confesiones religiosas y practicaban este oficio que – repetimos – nunca formó parte de las prácticas bancarias peninsulares. Naturalmente que también deben descartarse por interesadas las críticas hacia la momentánea – y disculpable – imposibilidad de devolver los depósitos que ahorristas argentinos confiaron a dichas entidades. Es inaceptable que ciertos elementos disolventes manifiesten su disconformidad con este pasajero inconveniente – la retención momentánea de los depósitos – utilizando epítetos tan vulgares como ladrones, tramposos o – colmo del agravio gratuito – cobardes. Sabido es que si algún orgullo ostenta el capital español es el de asumir riesgos, como los que enfrentó en la Argentina, invirtiendo millones para acompañar su crecimiento, y no como algunos maliciosos objetan, diciendo que las inversiones originales fueron obtenidas merced a la aceptación de devaluados títulos de deuda pública, recibidos a su valor nominal por funcionarios complacientes, agregando aquí que tales conductas rozan con la corrupción, insulto rastrero para aquellos que hacen de la hidalguía una conducta cotidiana, bastando como ejemplo la digna conducta del actual, y el anterior, presidente del gobierno español. Tales funcionarios han dado un ejemplo de mesura y grandeza de espíritu al recomendar las acciones más apropiadas para que la Argentina resuelva sus problemas económicos, demostrando, más allá de toda duda, que la mejor y más eficiente forma de resolverlos pasa por respetar a rajatabla los favorables contratos suscritos con las empresas españolas. Contratos favorables para la Argentina – se entiende – y moderadamente beneficiosos para el capital español, que obtiene una módica ganancia por su noble tarea de ayudar al desarrollo de las fuerzas productiva locales.
Verdaderos cretinos han de ser, pues, los que impunemente critican la loable actitud del pueblo, iglesia y gobierno del reino de España, calificándola de hipócrita y producto de la mala conciencia.
¡Hay que ver cuanto resentimiento hay en el mundo!
Solamente así se explica tamaña falta de gratitud, pecado en el que – lo juramos – no caeremos: ¡Gracias, España!"
udi, marzo de 2002
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