Los años me fueron mostrando que el éxito en política no es para el que quiere, sino el para el que puede. En mi barrio, sin ir más lejos, el gallego Miño hace más de dos décadas que lo intenta, y nunca cosechó ni las adhesiones de la familia.
Participó de la vecinal General Susvín, animando kermesses y días del niño, y nada. A la hora de votar la gente le era esquiva.
Después probó de organizar una nueva vecinal, pagando de su bolsillo más de 6 meses de alquiler de un local en plena calle Mendoza, y no iba ni el loro.
Participaba de todas las procesiones, llevando en andas a San Susvín, y ni el cura le hablaba.
Le compraba rifas a todos los chicos de séptimo y cuarto año, al pedo.
Se afilió al partido que gobierna la ciudad, asistiendo a las reuniones del "Presupuesto Participativo". Se informó incluso sobre el funcionamiento de este instituto en Porto Alegre. De balde, apenas pedía la palabra los asistentes comenzaban a levantarse abandonando el recinto. En cinco minutos quedaba el pobre gaita con el micrófono y los delegados del intendente - estudiantes universitarios con contratos basura - mirándose entre ellos para ver quién daba por terminada la reunión.
En cierta oportunidad la flaca Esther, psicóloga de profesión y militante full time del proyecto nacional y popular, le sugirió un tratamiento fonoaudiológico, para tratar de moderar los negativos efectos que su voz de pito provocaba en sus interlocutores. El pobre Miño se costeó un incómodo - y oneroso - tratamiento, que generaba rispideces familiares, dado que el único momento en que el gallego podía hacer los ejercicios de vocalización era la hora del "prime time", cuando la gallega y su hija se enroscaban con la novela de turno. Los resultados, si bien mejoraron un tanto su capacidad expresiva, no se notaron en un incremento de su convocatoria política.
Pero el gallego no aflojaba. Tras la lectura de un cuento de Gabriel García Márquez decidió pegar carteles por todo el barrio, ventilando en ellos trapisondas de jóvenes en las esquinas, sobreprecios de comerciantes inescrupulosos, renuncios maritales de honorables matronas, visitas a media tarde de galanes a amas de casa de discurso conservador, becas sospechosas recibidas por los hijos del concejal del barrio, basura contaminante enterrada en baldíos por empresarios de reconocida solvencia y abultados balances, sobres con billetes por debajo de la puerta de delegados sindicales, malos tratos de las maestras jardineras para con los infantes, la costumbre del escribano del barrio de "aleccionar" a sus secretarias después de hora.
Pero, o bien el gallego no leyó el cuento completo, o no lo entendió, dado que firmaba los carteles, con nombre y apellido.
Hoy el gallego, después de un largo y doloroso posoperatorio para extraerle la bota del upite, reflexiona sobre la mejor estrategia para defenderse de los juicios por calumnias e injurias recibidos.
Moraleja: No se puede ser amigo de todos, claro, pero tampoco enemigo...
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