Bella Ciao, una versión "pulenta pulenta"

domingo, 23 de agosto de 2009

Dialoguitos en la Asamblea I

Este es el primer capítulo de una serie que intentó relatar cierto espíritu de época, y quizás sólo derrapó hacia el costumbrismo.
Bueno, peor es nada, se dice el polígrafo del barrio La República, y ataca de nuevo.

Porque en el fondo, uno ama al mundo a partir de la certeza que este mundo, triste mundo convertido en campo de concentración, contiene otro mundo posible. O sea, que el horror está embarazado de maravilla”.

Eduardo Galeano


Dialoguitos en la Asamblea I


- Y entonces, ¿Qué buscamos? - Dijo Miño con su voz de flauta. El chaqueño sorbió una vez más el mate, ya lavado, y se dispuso a explicar lo que ni él mismo terminaba de entender.
- Mirá gallego, la gente parece dispuesta a seguir en esto. La flaca Esther, por ejemplo, ¿Vos te la imaginabas repartiendo volantes en la puerta de un supermercado? Si hasta ayer nomás lo único que la movilizaba era la novela de las 5 de la tarde.
El chaqueño lamentó esas palabras apenas las terminaba de decir. Era injusto, lo sabía. La flaca, y millones de argentinos, empiojaba su mente por hastío, por desesperanza, por ver crecer a su única hija y saber todo el tiempo que el inevitable futuro de la piba estaba afuera. Pero también, o quizás principalmente, por que a los cuarenta - bastante bien llevados, che - sentía que los años escapaban inmisericordes, que los pocos pacientes - locos, en la jerga - que llegaban a su consultorio venían cargados de neurosis chiquitas, hasta sencillas. Que no habría ninguna "Dora" recostada en su diván. Que "la plata no alcanza, Doctora", y de vez en cuando - sólo muy de vez en cuando - la reconfortaba que algún pendejo no se meara más en la cama.
No, era muy hijo de puta culpar a la flaca, pensó nuevamente el chaqueño. O - puestos a generalizar - a los pobres argentinos.
- Bueno, qué sé yo - dijo el chaqueño, mientras ponía más agua a calentar - Supongo que cada uno busca algo distinto, pero también creo que son mayores los parecidos que las diferencias.
- Entonces - preguntaba el gallego. Serio, y decidido a no dejar cabo suelto - ¿Cómo se sostiene la presencia en la calle, si nos siguen dando palos y nuestra única respuesta es pegarle a la cacerola? Y eso ya también está aflojando.
El gallego era metódico en la reflexión. Cada pregunta iba dirigida a extraer la opinión del chaqueño, al que respetaba, y en quién veía la imaginación de la cual su psique tan estructurada carecía.
Empleado bancario de carrera - más de veinticinco años - el gallego pensaba en función de sumas y restas, concretas: dos mas dos sólo podía tener un resultado. La contundencia del argumento, y su universal aceptación, no hacían más que ratificar la rectitud de esa línea de pensamiento.
Claro que algún espacio a la pasión cabía en el gallego - a veces a pesar suyo - y así es como se lo suele ver en las marchas y movilizaciones, por ejemplo, agitando banderas y pancartas, saltando enfervorizado al grito de: "Oh, que se vayan todos..." o, pero esto lo mantenía en semisecreto, pintando los frentes de cajeros automáticos con consignas escatológicas. Sus amigos lo zaherían por esto último, atribuyendo sus acciones a una escondida vocación de destructor de máquinas, cuando no a un odio poco "elaborado" por los artefactos que vendrían a quitarle el trabajo. El ruso Felman opinaba que, si en vez de cajeros automáticos los bancos hubiesen puesto chinos a atender al público en un cubículo de dos por dos, el gallego habría evolucionado hacia la xenofobia muy rápidamente. Pero en esto - como en otras tantas cosas, hay que reconocer - el ruso probablemente exageraba.
De todos modos la participación del gallego en la "Comisión de Servicios Públicos" de la "Asamblea Popular Barrio Don Ernesto" era muy valorada por todos los vecinos: el tipo es una luz con los números, y su capacidad de trabajo era indiscutida. Los vecinos no lo conocían de ahora, por supuesto, el gallego siempre fue un personaje popular en el barrio. No sólo por su asistencia casi perfecta para las partidas de tute en el club, como dicen algunas víboras, que en el barrio - gracias a Dios - no faltan. El gallego siempre colaboró activamente en la cooperadora de la escuela, y nunca ocultó su pasado militante, del que se sentía - legítimamente - orgulloso.
El chaqueño apreciaba la capacidad analítica del gallego, pero lo asombraba su imaginación tan convencional:
- Bueno, bueno. Hay que ver cómo va impactando la crisis en cada uno. ¿Qué te parece esta comparación? Cuando va subiendo la marea, cada ola llega a la playa, y se retira, vuelve. ¿No? Sin embargo, y por infinitesimal que sea, cada ola avanza un poco más sobre la arena, antes seca, y va humedeciendo una superficie más importante que aquella a la cual efectivamente cubrió. ¿Por qué? Supongo que miles de gotas fluyen bajo la superficie, de tal modo que en algún momento - impreciso, por definición - dónde había arena ahora hay agua y espuma. ¡Qué tal, Pascual! ¿Te gusta la imagen? El pueblo - pero hasta el mismo chaqueño se asombró de utilizar nuevamente el concepto, en vez del tan invocado "gente" - lentamente va ocupando los espacios que les fueron arrebatados, robados, saqueados. Estamos en la calle, que no es poco, y aunque seamos menos que en las "Jornadas de Diciembre", hay un lugar conquistado que estamos sosteniendo.
El chaqueño siempre fue un incurable optimista, de otro modo no persistiría en sus emprendimientos; como aquella vez que trató de exportar dulce de mamón a Italia y cuando ya había mandado las muestras, logrando la aprobación de calidad, le llegó un fax con una orden de compra y el correspondiente cronograma de entregas. Ahí cayó en la cuenta que no había en Rosario suficientes fábricas de dulce que pudieran abastecer las cantidades mensuales que los tanos le pedían. El chaqueño no se amilanó, utilizó los contactos establecidos para gestionar una beca para estudiar las redes asociativas de pequeñas empresas en el Piamonte y el Milanesado. Lo increíble es que la consiguió, y así se pasó seis meses entre Turín y Milán de arriba. Cuando volvió no sabía mucho más de gestión empresaria que antes, pero estaba cada vez más convencido que sin capital suficiente no se podía hacer nada importante, así que se dedicó a reunir un "pool" de inversores locales que financiara la fabricación y exportación de muñecos de peluche aprovechando la cantidad de pequeños talleres en los que familias enteras se dedicaban a la confección por el método de "cama caliente" o coreano. Esta forma de trabajo consistía en que mientras un integrante de la familia trabajaba otro dormía, alternando la posición cada período de tiempo establecido entre ellos. Así al que le tocaba el turno de descanso encontraba el lecho tibio y acogedor, también en verano. Lamentablemente para el chaqueño esto sucedió a principios de la convertibilidad, y mientras organizaba el asunto comenzó a llover un aluvión de muñecos hechos en lugares tan improbables como Singapur, Tailandia y China, a precios que no llegaban ni al costo de la materia prima.
El 19 de diciembre el chaqueño había salido a la calle, a eso de las 11 de la noche, golpeando un grueso cortafierros contra la columna del alumbrado. Mucha gente salía a hacer ruido, y entonces apareció la innata capacidad organizativa del chaqueño: - Cortemos la calle, vamos para el centro.
A las cuatro o cinco cuadras de marcha hacia el monumento ya eran más de cuarenta las personas que seguían las consignas que el chaqueño improvisaba, a razón de una por cuadra, más o menos.
A partir de esos trágicos, y - como decía el chaqueño - mágicos días ya nada fue igual en su vida. Pocas horas le dedicaba al bar que atendía en una esquina bastante concurrida - antaño - del barrio. A fines de enero ya se ocupaba más en repartir convocatorias a la asamblea que en reponer la desfalleciente provisión de cerveza fría. En un principio la asamblea se reunía en la puerta del bar del gallego, quién participaba sin bajar la persiana, para no exponerse a la sublevación de consuetudinarios parroquianos que llenaban las largas horas caniculares frente al televisor, vaso de tinto y soda de por medio. A principios de febrero, cuando comenzó el campeonato, y la copa Libertadores, la contradicción entre los sesenta, setenta asambleístas, y los televidentes se hizo más flagrante, dados los gritos que estos proferían ante cada jugada con posibilidades de gol. El chaqueño resolvió la situación proponiendo una moción para que la asamblea se traslade a la puerta del club social, deportivo y biblioteca popular "Dos de Mayo", bautizado así en los años cuarenta por un grupito de gallegos republicanos para quienes la fecha recordaba pasadas gestas libertarias. La atención de la clientela fue resuelta por el chaqueño contratando para esas noches al "Enero Ochoa", conspicuo consumidor del establecimiento, a quién el ingenio popular había bautizado con ese apodo dado que no tenía ni un día fresco. De todos modos la tarea a su cargo no revestía mayor complejidad que mantener llenos los vasos. La cobranza no constituía problema puesto que cada cliente tenía su respectiva botella en la heladera del bar, y la facturación se hacía midiendo - a ojo de buen cubero - cuánto había descendido el nivel del líquido entre una noche y la siguiente, acción que - todos lo reconocían - el chaqueño realizaba con criterio dispendioso.
Ya frente a la puerta del club la asamblea se organizó y - cosa curiosa, decía el gallego - se serenaron mucho los ánimos exaltados de las primeras semanas. Casi imperceptiblemente los temas debatidos fueron aproximándose más a las necesidades barriales y municipales. Fue por este motivo - probablemente - que la participación del gallego, siempre interesado en las materias nacionales, perdió un poco de la relevancia que tenía en los primeros tiempos, cediendo protagonismo al chaqueño. Las propuestas de éste, más vinculadas a las necesidades inmediatas del barrio, fueron ganando tiempo de discusión en la asamblea.
- Hay que reconocer- decía el ruso - que las ideas del chaqueño son originales. Él organizó la "serenata" en la puerta de la casa del intendente.
El ruso todavía se reía de la ocurrencia del chaqueño. Sabiendo que el jefe municipal había contraído nupcias (segundas) hacía poco tiempo, y que fruto de su apasionado romance con una - cómo no - joven empleada municipal, había procreado a la edad en que la mayoría de los hombres empiezan a tener nietos, el chaqueño convocó a tres guitarristas, convenció al Renato que pusiera el camión y casi media asamblea se trasladó hasta el centro para cantarle canciones de amor bajo el balcón de la casa. Cada tanto - entre canción y canción - el chaqueño, con un altavoz prestado por el verdulero, exhortaba al intendente a poner en la defensa de los intereses de los contribuyentes de la ciudad similar pasión a la que - tardíamente, decían algunos prosaicos - lo había asaltado a tan respetable altura de su vida.
El ruso contaba, doblándose de la risa, que los vecinos se sumaban a la serenata improvisando coplas de alto contenido erótico, cuándo no escatológico. Pero en el barrio desconfiaban un tanto de la palabra del ruso, y comentaban que dichas coplas eran de su exclusiva autoría. Sin embargo, Franklin Felman - escribano por necesidad y mentiroso por vocación - era muy apreciado por sus dotes humorísticas e histriónicas. Desde el primer momento bregó por constituir en la asamblea una "Comisión de Cultura", pero el gallego - metódico y obsesivo - desesperaba en cada reunión los sábados por la tarde. Al poco tiempo de empezada la reunión de la comisión la discusión sobre presupuestos educativos, programas de estudio y actividades culturales para el barrio se desviaba hacia alguna propuesta por parte del ruso para montar una obra de teatro sobre algún texto del Negro Fontanarrosa o Dalmiro Sáenz. La gente comenzaba a discutir los méritos como dramaturgos de ambos y el ruso terminaba representando algún fragmento de "¿Quién, yo?" O - peor - especulando sobre el tono de voz que habría que imprimirle a "Boogie, el aceitoso". No obstante en la asamblea el ruso aportaba siempre mociones mesuradas. Todos recordaban con qué prudencia y equilibrio obtuvo que los integrantes de "La Murga de Don Ernesto" se abstuvieran de realizar un "Escrache" frente a las dependencias de la comisaría del barrio con el objetivo de incriminar a los trabajadores de seguridad por su vigilancia exagerada frente a la Plaza "General Suvín", dónde los jóvenes del barrio se reúnen por las noches a cantar, charlar y compartir momentos de sana camaradería, abundantemente regados - nobleza obliga - por litros de vino en cajita. Algunos integrantes de la asamblea no ven con muy buenos ojos estas tertulias, argumentando que nuestros chicos suelen ponerse por demás eufóricos y hasta reclamar a grandes voces la legalización de ciertas sustancias de consumo prohibido por las autoridades, pero cuyos efectos - aducen los jóvenes - son menos nocivos que el cigarrillo común y legal. La habilidad del ruso para negociar con nuestros musicales jóvenes, y mediar ante los integrantes de la asamblea que ven en la juventud un peligro para sus siestas estivales, fue ponderada con notables muestras de gratitud por parte del chaqueño. Ocurre que éste, de natural algo vehemente, estuvo a un tris de provocar una escisión en la asamblea por un tema no tan importante en esta etapa, decía.
- Si no se metía el ruso los mandaba a esos viejos a la mierda - le decía, confidente, al gallego, mientras el ruso aprovechaba el momento de ternura del chaqueño y - confianzudo - se servía otra ginebra a cuenta de la casa.
- No es nada, lo que pasa es que Doña Clara es un poco intolerante con los chicos, pero la vieja es de fierro, viene a todas las asambleas, y fue ella la que propuso lo de las compras comunitarias. Mirá si la íbamos a dejar ir por una pavada así.- El ruso abogaba por la paz y la concordia en el barrio, salvo cuando la presencia de algunos vecinos - nazifascistas - los calificaba, lograba sacarlo de sus casillas.
- Esa gente trabaja para el coronel Yussuf, y mañana van a apoyar cualquier intento de golpe - decía el ruso, mirándolo al gallego para que emita opinión.
El gallego tomó un mate, y considerando todos los elementos disponibles para evaluar la circunstancia decidió que era posible realizar una apreciación bastante objetiva.
- Por ahora no son un peligro, salvo que probablemente sean buchones de la cana, pero evitar eso sabemos que es casi imposible, así que yo creo que hay que tratar de neutralizarlos en la asamblea cuando muestren la hilacha antidemocrática. ¿A quién van a arrastrar? Con el discurso nacionalista pueden hablar un rato de las empresas privatizadas y el capital extranjero, pero cuando empiecen con que acá necesitamos un gobierno "fuerte" y de "mano dura" alguien se va a encargar de recordarle a la asamblea que ya tuvimos dictadura, y que los comisionados para la política económica fueron los mismos que después pusieron los gobiernos "democráticos", así que no son garantía de ninguna gestión económica "nacionalista".
Duro y afilado, con las cartas mas o menos a la vista el gallego Miño hacía el cálculo de probabilidades y sacaba conclusiones. Pero su mente analítica siempre lo traía de regreso a dónde quería llegar:
- Está bien - le decía al chaqueño - vos decís que estamos en un proceso de "acumulación", subterráneo y lento, y que las condiciones externas, o sea la inflación y el desempleo, van a actuar como excitadores de una nueva etapa de movilizaciones masivas.
- Macho: nadie lo dijo tan bien - el chaqueño le pasaba vaselina.
El ruso preguntó, recurrente, por qué no invitar a esa charla previa a la asamblea al Dr. Moyano, abogado con muchos años en el ejercicio de la profesión, fluidos contactos en el foro local y que en otras épocas supo ser candidato a diputado provincial por alguno de esos "Frentes Populares" que armaba el partido comunista. La idea del ruso, a quién no se le conocían simpatías partidarias, era que un ex - comunista podría aportar un nutrido bagaje de experiencia en asuntos de organización.
- Mirá ruso - dijo el chaqueño un tanto fastidiado - primero, que esta no es ninguna "reunión previa", como vos decís. Acá somos unos vecinos tomando mate. Y segundo, si tanto querés que venga Moyano, entonces invitalo, y que venga de una vez a la Asamblea, que no se le va caer nada.
- Bueno, no te sulfurés - dijo el ruso.
- No, no es para enojarse. - Terciaba el gallego, que odiaba la controversia entre amigos. - Pero es importante que tengamos en claro que no corresponde discutir estos temas por fuera de la asamblea. Cualquier propuesta que alguien tenga debe llevarla al seno de la asamblea.
- Tampoco es para tanto, che - el ruso retrocedía tirando granadas - podemos reunirnos para ir preparando una propuesta que después la asamblea decidirá si la acepta o no.
- Si, pensándolo bien no tiene nada de malo, tampoco es cuestión de hacer un "culto" de la "espontaneidad". - El chaqueño pensaba y hablaba a la vez:
- Supongo que debemos ir dándonos alguna organización.
- ¡Para eso están las comisiones! - intervino el gallego, estructurado y orgánico.
- Me refiero a que si, por ejemplo, de repente se aparece el dueño del autoservicio, el de acá a la vuelta, con los empleados, sí, ya sé que no son muchos, pero, estoy suponiendo, nada más: organiza a unos cuantos clientes, de los que le deben unos pesos, y se viene a proponer que, qué sé yo, que organicemos patrullas armadas por el barrio. Bueno, entonces: ¿Qué hacemos? - El chaqueño se interrumpió. - La verdad no tengo ni idea.
Un silencio cargado de miradas sobrevino. El ruso miraba fijamente el fondo del vaso de ginebra como si ahí estuviese escrita alguna respuesta. El gallego clavó la mirada en un almanaque viejo que colgaba al costado de la puerta de entrada al café y bar "Resistencia" cuyo titular - el chaqueño - le impuso el nombre en consideración a su querida ciudad natal, y no en atención a valores revolucionarios o "anti - modelo", así como un desteñido trapo rojinegro no indicaba posibles militancias anarquistas; en todo caso solamente cuestionables preferencias deportivas, fruto de viejos amores cuando cursaba los estudios secundarios en la ciudad de Santa Fe.
- Al fin y al cabo - retomó la palabra el chaqueño -, las posiciones políticas, y las decisiones que tome la asamblea responderán a las condiciones que nos imponga la situación económica y política. Por supuesto que no es cuestión de prevenir el manijeo con tácticas similares, y - con la excusa de adelantarnos a los fachos - practicar sus mismos métodos. Pero, y la distinción es importante, aún diría más: fundamental, tampoco vamos a ir tiernos y blanditos a encontrarnos con que alguien intenta llevar la asamblea hacia donde - con toda seguridad - no queremos que vaya. Así que, muchachos, nosotros vamos de frente, pero no somos boludos. ¿Qué les parece esto? Propongo una moción para la próxima asamblea: introducir un restricción para votar, solamente podrán hacerlo quienes hayan participado por lo menos en dos de las últimas tres asambleas.
- ¡Pero vos estás en pedo! - Saltó el gallego - ¡Eso se parece al voto calificado! ¿Dónde queda el espíritu democrático que nos impulsa? Para eso dejemos a los concejales y diputados que sigan en la suya.
El gallego era intransigente, siempre opinó que con ciertas cosas no se juega, y no iba a cambiar a esta altura del partido.
El chaqueño suspiró hondo, unió las palmas de sus manos con los dedos bien separados, y se dispuso a explicarle al gallego su idea de voto "restringido":
- ¿Quién compone la asamblea, sino nosotros, los que vamos, creemos en ella como espacio en construcción, la sostenemos con nuestro trabajo, y tratamos de acrecentarla reclutando más integrantes - aunque muy bien no nos vaya en las últimas semanas? ¿No deberíamos entonces preservar el poder de decisión para aquellos que participan, la integran regularmente, y protegernos de los que quieren utilizarla sólo ocasionalmente, sin voluntad democrática?
- Para eso fundemos un club - cortó el gallego un tanto amargamente
- Ché, prendé la tele, dijo el ruso disimulando la mufa.

udi, marzo/abril de 2002