Bella Ciao, una versión "pulenta pulenta"

martes, 29 de octubre de 2013

¡Hola TN! ¿Querés saber que va a hacer Clarín? Mirá acá abajo...

"En cumplimiento del fallo -que cuestionó tanto la implementación de la ley como la actuación de la autoridad de aplicación- el Grupo Clarín exigirá, en las instancias correspondientes y previo a cualquier otra medida, que las mismas se adecúen a los principios constitucionales de imparcialidad, independencia y solvencia técnica, señalados por la Corte. Además, y también de acuerdo a lo expresado en la sentencia, el Grupo Clarín continuará defendiendo judicialmente cada una de sus licencias vigentes y legítimamente adquiridas."

No faltarán jueces que paren cada medida que tome la Autoridad de aplicación de la Ley, todo - naturalmente -  dentro de la Ley y la Constitución.

Lamento arruinarles alguna algarabía, muchachos, pero el desfile de constitucionalistas por TN y canal 13 ya te lo anuncia.
Salute !

lunes, 21 de octubre de 2013

Recién ahora veo claro





Ahora te lo puedo contar. Vos sabés bien que yo nunca fui de hablar mucho, si hasta mi mujer dice que es más fácil sacarme una muela que una palabra. Pero lo de Angelito lo tengo acá, no sé si me entendés, es muy fuerte, hace más de diez años, bueno, justo doce ¿No? Y ahora con lo del accidente me viene todo a la memoria y necesito contárselo a alguien, por eso de compartir, de descargarse ¿No? Como dicen los psicólogos, de verbalizarlo ¡Qué sé yo! La verdad es que durante mucho tiempo me sentí - ¿Cómo explicarte? - un poco culpable. Vos sabés que con Angelito siempre fuimos como hermanos, a todas partes juntos, hicimos los cinco años en el Politécnico en la misma división, después el prefirió meterse en las cosas más teóricas, vistes que siempre le decíamos que tenía un cerebro de calculadora, ¿No? Yo en cambio seguí para Técnico Constructor, si mi viejo era albañil. Bueno, la cuestión es que a Angelito se le dio por la física, si hasta sacar el doctorado no paró. Siempre fue un bocho el hijo de puta. La verdad es que yo me recibí medio de pedo, y cuando terminé nunca más agarré un libro, Angelito, incluso me ayudaba con las materias más jodidas. Bueno, tampoco soy una bestia ¿No?, pero me acuerdo, por ejemplo, que tenía un examen, yo, no Angelito, y no podía parar de persignarme antes de entrar a rendir, y Angelito me decía, "Si estudiaste, ¿Para qué te persignás?, y si no estudiaste, ¿Para qué te persignás?" así, pero no por descreído, o - qué sé yo - por ateo. Es que el tipo siempre fue un racionalista y decía que mis cábalas eran pura superstición. Vistes que yo siempre fui muy cabulero, ¿No? Me acuerdo que íbamos por la calle y el muy guacho pasaba a propósito debajo de una escalera, y se me cagaba de risa en la cara, por que yo le decía que no había que tentar al diablo, eso que siempre me decía mi vieja, ¿Te acordás?
Bueno, la cuestión es que para el mundial del '90, vistes que se hablaba de la mufa, del que te dije, y lo de las cábalas estaba en boca de todos, yo, por ejemplo, siempre tomaba el café con la mano izquierda ¿No? En casa nos reuníamos a ver los partidos con la "Chancha Gutiérrez" y el "Pajarito Giardinelli". El pajarito siempre se ponía la misma campera, y se sentaba medio de costado al televisor, cuando jugamos contra Brasil se hizo un nudo con las dos puntas del cuello de la campera, de los nervios, ¿No? Y bueno, cuando Caniggia lo deja arrastrándose por el piso a Taffarel el pájaro va y dice que si aguantamos hasta el final del partido no se desata el nudo hasta la final, y era para mearse de la risa verlo al pajarito ponerse y sacarse la campera sin desatar el nudo, si hasta casi se cae tratando de sacarse la campera, y lo puteaba de arriba abajo a la Chancha que le decía que no se arrime a la ventana a ver si le pasaba como al personaje ese de un cuento, no sé si de Borges, o de Cortázar, que se mientras se ponía un pulóver va y se cae por la ventana abierta. Bueno, vistes que la Chancha es de leer mucho, así que él siempre te relaciona todo con los libros, la cuestión es que ya nos tenía medio podridos por que a cada pelota que los "brasucas" metían en los palos la Chancha se ponía a darnos una conferencia sobre nuestro "destino sudamericano", y boludeces por el estilo. Se ponía serio la Chancha y decía que la alegría es brasileña, y que nosotros somos muy melancólicos, muy tangueros, qué sé yo, pero al final cuando va el negrito ése, Miller, creo, y yerra el gol justo sobre la hora, la Chancha se levanta y empieza a putear duro y parejo, y salió al balcón como loco y empezó a gritar que les rompimos bien el orto, como loco estaba la chancha.
Te acordás que por esos días todos andaban hablando de las cábalas, y de los calzoncillos rojos, y nos poníamos siempre en la misma posición para ver el partido, ¿No?
Bueno, resulta que después del partido con Italia, cuando el Goyco le ataja el último penal al tano ése, Seregni, o Serenelli, no sé, no importa. Bueno, al otro día se me ocurre ir a verlo a Angelito, para tomar un café y hablar un rato al pedo, aparte me acordaba que el viejo de Angelito es tano, y seguro que andaba medio triste por Italia, como mi viejo, que se callaba la boca, pero por dentro quería que ganara Italia, así que me voy para allá, a la tardecita, y lo llevó al Alejandro, el pibe mío, que tendría por esa época, esperá que te digo, ahora anda por los 21, ¡No!, 22, así que tenía 10 años, y sabía ir a jugar con los mellizos de Angelito, Horacio y Gustavo, que tienen un año menos, a propósito el otro día lo vi al Horacio, y está hecho una bestia, creo que mide como dos metros y juega al rugby, en "Los Buitres de la Sexta". La cosa es que Angel estaba en el fondo, creo que arreglando las plantas, vistes que es medio loco con eso. Yo entro y los mellizos estaban sentados y arriba de la mesa había plastilina, y goma de pegar, esas cosas, como de la escuela, ¿No? Entonces me arrimo y les pregunto qué estaban haciendo. Bueno, el Horacio me cuenta que hacían muñequitos de plastilina con la figura de los jugadores alemanes, y le ponían el nombre. Y yo, de boludo nomás, les pregunto para qué, y entonces el Gustavito le grita a Angel, que venía del fondo, que traiga las espinas del rosal para clavarlas a los muñecos.
¡Uy, cómo me cagué de la risa! Me revolcaba, te juro. Y Angel venía con las espinas en la mano, me mira y me dice que de qué mierda me río, que lo hacía por los chicos, que habían empezado después del partido con Camerún, y que él por supuesto que no creía en esas pavadas, a ver si a la vejez se le iba a dar por la brujería, y que si yo pensaba que él creía en esas cosas era por que no lo conocía después de tantos años y que me podía ir a la concha de la lora. Y ahí no va que el Gustavito, el menor de los mellizos, bah, el menor no, digo, el más chiquito, se larga a llorar y le dice que si él no creía entonces por qué les había dicho que había que hacerlo con las espinas del rosal y no con alfileres, como les había dicho la Poli, que me parece que es la vecina de Angel, la de rulos, ¿Vistes?, y en eso llega Mabel, la mujer de Angel. Y, vos no me vas a creer, pero Mabel le dice que entonces por qué él el día del partido con Yugoeslavia se la pasó hablando de que en el cerebro humano había zonas inexploradas y que había cosas de las cuales la ciencia no podía dar cuenta. Mirá, te juro que la cara que tenía Angel era para una foto, era para ponerse a llorar, te juro.
Y esto nunca se lo conté a nadie, incluso después cuando nos veíamos con Angel, con la familia, o solos, nunca hablamos de eso, era como un pacto de silencio ¿No?
Bueno, la cuestión es que Angel agarró todos los muñequitos de arriba de la mesa y los tiró todos a la mierda, se puso como loco, nunca lo vi así. Trajo un balde para la basura y tiró todo adentro, y decía que él nunca había creído en esas estupideces, y que en su casa nadie se iba a poner a hacer brujerías, que para algo él le había dedicado la vida a comprender las cosas, y tratar de explicarlas racionalmente, y que, de última, era un científico, doctor en física, y no iba a aceptar que en su casa se hicieran esas cosas.
Se hizo un silencio, te juro que nunca se escuchó menos, si hasta el Gustavito, el menor de los mellizos, se calló la boca, vistes. Alejandro, el nene mío, me miraba con una cara que estaba blanco, el pobre. Bueno, a mí no se me ocurrió nada en ese momento, la cosa era como una bronca familiar ¿No? Así que dije una boludez, como que tenía que ir al Supermercado, o algo así, y me las tomé.
Bueno, vos no me vas a creer, pero hasta ahora nunca le conté esto a nadie, el Alejandro creo que ya ni se acuerda, a lo mejor no terminó de entender, vistes.
Y ahora, con lo del accidente ¿No? Es cómo que me vino todo a la cabeza de nuevo, y también por el mundial, claro. Y recién ahora veo claro, recién ahora me doy cuenta, después de 12 años, parece mentira. ¿Entendés? Ese día Angel tiró todos los muñequitos, así que no siguieron clavándoles las espinas, y, ¿Entendés? ¿Te das cuenta?
Dejaron de hacerlo, los muy boludos, no le pincharon las piernas a Brehme, y ¡Perdimos la final!

Udi, mediados de 2002.

 

domingo, 20 de octubre de 2013

Volvimos, hijos queridos...


Todo pasa, la política, la plata, la salud y hasta los campeonatos van y vienen.
Lo permanente es que volvimos a demostrar quién es el dueño, patrón y alma de la ciudad.
El clásico mas caliente del mundo tiene dueño, y es -como no podría ser de otra manera - el canalla.
Volvimos, hijos queridos, y - nobleza obliga - hay que agradecerles que hayan venido y no se hayan ido...


viernes, 4 de octubre de 2013

Checos y argentinos, tan distantes, y tan parecidos...

Me encantó la nota. Es que amo a la gente que ¿pierde? el tiempo en las tabernas.

La ciudad que perdía el tiempo

Por Juan Forn

En lo alto del parque Letná en Praga hay un metrónomo gigantesco, pintado de rojo y visible desde cualquier parte de la ciudad. La mitad del tiempo la aguja está inmóvil: el aparato gasta una fortuna en electricidad y el municipio no consigue sponsors que paguen la cuenta, pero a los praguenses les gusta igual, han tenido siempre fama de perder el tiempo en las tabernas, de hacer todo con retraso. Cuando Stalin cumplió setenta años, en 1949, todos los países socialistas homenajearon puntualmente al Padrecito de los Pueblos pero los checos se atrasaron con la estatua que querían erigir en su honor. Para congraciarse con Moscú no les quedó otro remedio que prometer el monumento más grande erigido nunca en honor a Stalin. Se alzaría en la colina del parque Letná y sería la primera visión de la ciudad que tuviera todo aquel que llegara a Praga. Llamaron a concurso pero se presentaron sólo cuatro proyectos, así que el ministro de Propaganda obligó a todos los escultores de la ciudad a presentarse voluntariamente. El más ilustre de ellos, el viejo Karel Pokorny, presentó un Stalin con los brazos abiertos como un cristo, para no ganar. Otokar Svec no podía darse ese lujo: necesitaba adecentar su currículum; un año antes le habían tirado abajo una estatua que había hecho de Roosevelt y tenía un pasado de vanguardista, necesitaba congraciarse con el nuevo orden. Otokar no quería ganar, le alcanzaba con quedar segundo para limpiar su legajo, pero tuvo la desgracia de que eligieran su proyecto.
El Stalin que debía hacer tendría la altura de un edificio de diez pisos. En una mano llevaba un libro y la otra la apoyaba contra el pecho. A su lado marchaban, abriéndose en cuña, un obrero, una muchacha y un soldado. Los del lado izquierdo eran soviéticos, los del lado derecho eran checos. En el proyecto original sólo acompañaban a Stalin los dos soldados, pero el ministro dijo que parecía que se lo estaban llevando detenido e hizo agregar las otras figuras. También pidió que Stalin fuera más alto, aunque transgrediera las proporciones del conjunto. En realidad, sacó una navaja del bolsillo y cercenó las cabecitas de los comparsas en la maqueta en arcilla que le había presentado Svec. El escultor comprendió la metáfora: él mismo era comparsa en el proyecto; mucho más importantes eran los arquitectos. Había que hacer una gigantesca base subterránea de hormigón a la estatua para que la montaña no se derrumbara; había que reforzar el asfalto de los caminos desde las canteras de Liberec para que resistieran el paso de los enormes camiones rusos portatanques que irían trasladando los bloques de granito que conformarían la estatua; y había que apurarse para que el monumento estuviera listo de una vez. Pero eran checos: Stalin se murió y ellos no habían terminado todavía.
Tardaron seis años en lugar de dos. La i-nauguraron con fastos el 1º de mayo de 1955. Kruschev ni se molestó en ir; Stalin ya empezaba a ser mala palabra. Meses después vendría su famoso discurso del XX Congreso condenando los errores del Padrecito de los Pueblos y prohibiendo el culto a la personalidad. En todas las ciudades del bloque socialista se apuraron a cambiar los nombres de plazas, calles, montañas y ciudades dedicadas a Stalin. Pero sacar la enorme estatua del parque Letná no era tan fácil: había sido construida para que durara para siempre. Y, además, era obra de todo el pueblo checoslovaco. Eso dijo el ministro de Propaganda cuando la inauguró y eso hizo poner en la placa. Un par de horas después, en las tabernas de Praga, los parroquianos se felicitaban unos a otros por lo bajo, por la responsabilidad que les cabía en aquel retablo que simbolizaba a la perfección las colas para recibir carne, el día de la semana que había carne en los mercados de Praga. El nombre de Otokar Svec no se mencionó en todo el acto. Tampoco estaba en la inauguración. Se había suicidado unas semanas antes. La leyenda dice que una noche había ido en taxi hasta la obra, la circundó a pie, volvió al coche, le preguntó al taxista qué le parecía. El taxista señaló una de las figuras secundarias del lado de los soviéticos y dijo: “Me gusta que la campesina le toque la bragueta al soldado. Al que lo hizo seguro que lo fusilan”. Lo encontraron muerto, acostado en el piso con la llave del gas abierta y una nota de puño y letra contra el pecho: “Cedo los honorarios que me correspondan por el pago de mi tarea a los soldados que perdieron la vista en la guerra”.
Al ministro de Propaganda Kopecky le tocó encargarse de la eliminación de la estatua, “de una manera digna y respetuosa”. Cuando recibió la orden, le dijo a su mujer: “Este asunto me va a seguir hasta después de muerto”. La montaña era débil para sostener el monumento, imagínense para demolerlo. Hacían falta ochocientos kilos de dinamita repartidos en dos mil cargas para ir acabando por partes con aquel coloso de granito, hierro y hormigón. No se lo podía volar por los aires alegremente; debía hacerse en tres detonaciones sucesivas y envolventes, para que los trozos no salieran despedidos a la ciudad. La explosión fue de día pero todos la recuerdan nocturna por el famoso cuento de Bohumil Hrabal. (“El Moldava era una serpiente de plata, la cabeza de Stalin se llenó de luz, y de pronto la noche tuvo todos los colores del arcoiris y caían pequeños pedazos de Stalin sobre los techos de las casas y el río, mientras la enorme cabeza rodaba colina abajo, cruzaba el puente y llegaba hasta la Plaza Mayor.”)
En realidad, la cabeza de Stalin la habían desmontado antes, en trozos, los dos mejores picapedreros de las canteras de Liberec. Los bloques se ocultaron en distintos rincones de la ciudad. De alguna manera, la nariz de Stalin llegó al cementerio judío, un rincón perdido al fondo del cementerio municipal, y allí quedó, durante treinta años, custodiada por el jovencito que había recibido la orden de enterrarla. Cuando cayó el Muro, el jovencito ya era un viejo pero seguía siendo el único sepulturero del cementerio judío y tenía todavía la nariz de Stalin. Todos los taxistas de Praga lo sabían y ofrecían el paseo a los turistas occidentales que querían comprar souvenirs socialistas. El viejo sepulturero recibía a las visitas, les hacía la recorrida y rechazaba invariablemente las ofertas que le hacían por la narizota de granito. “Hay cosas que no tienen precio”, decía y procedía a relatar cómo se habían ido los soviéticos de Checoslovaquia en 1989. Especulando con la proverbial pachorra checa, los rusos argumentaron que necesitarían dieciocho meses para evacuar en tren. Los taxistas checos, todos los taxistas del país, se pusieron de acuerdo y propusieron llevarlos ellos: a los oficiales, a los soldados, a las esposas, a los hijos y a los bártulos. Los transportaron a todos en una semana al otro lado de la frontera. Lo hicieron gratis, a cambio de que fuese en siete días. Durante una semana, todo aquel que tenía un coche en Checoslovaquia fue taxista. Y cuando volvía de la frontera se iba derecho a la taberna a perder el tiempo como Dios manda.