Bella Ciao, una versión "pulenta pulenta"

martes, 26 de agosto de 2014

Alien





Lo extraño, lo desconocido, aquello que no podemos catalogar, aparece. Y lo hace más seguido de lo que pensamos, sólo que, tal vez por esas mismas características, no lo advertimos.

Pero, allí está, y un segundo después de no ver nada más que un blanco, vemos su silueta, su contorno, y quizás su esencia.

Y esa esencia es del material más fuerte, noble y resistente que pueda imaginarse: nuestros terrores.

Los fuimos acunando, los alimentamos y fortificamos. ¿Qué hacer con ellos si no?

Hasta que los tenemos de frente, y los reconocemos. ¡Pero, claro, si yo te creé! Fui recolectando cada ladrillo de tus paredes, colocando cada viga de tu estructura, inventando cada pigmento de tu color.

Y aquí estamos, después de no creer en tu existencia, pasada la negación de tu inconfundible pertenencia, frente a frente.

Entonces, como en un final cursi, puedo decirlo:

No sos vos, soy yo.

jueves, 10 de julio de 2014

Miércoles 9 de Julio, 21:30 hs. En algún lugar de San Pablo




- Hola. ¿Felipao?. Si, Sabella, si. Bien, bien, cansados pero bien. Llevo desde el sábado metido  a full armando el equipo. No, sin radio, ni tele, ni internet, si hasta les apagué el teléfono a todos. ¡Jé! Pero, bueno valió la pena. Ché, te llamaba, más que nada para confirmar lo del domingo, allá en Río. Seguro, ahi estamos. ¿Cómo? ¿Que no van a ir? ¿Cómo que no van a estar? Si desde el sorteo que lo acordamos, ché...¡Ehhh! ¿Cómo que te estoy cargando? ¡Ehh, no te aguantás una joda!

sábado, 28 de junio de 2014

Del genocidio como una de las "bellas artes"

Rescato un artículo publicado en "rebelión.org" en el 2002, que mantiene toda su vigencia.

Cuando a finales de la segunda guerra mundial comenzaron a aparecer y difundirse las noticias sobre los campos de concentración la primer reacción de cualquier persona medianamente en sus cabales fue la incredulidad. Sin embargo el genocidio no fue patentado por el nazismo. Provocar la muerte de semejantes en grandes proporciones parece haber sido una constante más que una excepción en el catálogo de conductas humanas. Quién más, quién menos todas las sociedades "exitosas" se edificaron sobre el exterminio de algún "otro". No cabe duda que si debiéramos confeccionar algún "ranking", los muy civilizados pueblos europeos marcharían a la cabeza: los españoles en América central y meridional; ingleses y holandeses en Africa; y sus descendientes puritanos en la parte septentrional del nuevo continente.

También la Francia revolucionaria tuvo el suyo en Haití, y Portugal no dejó de construir el propio en sus colonias de ambas márgenes del Atlántico. A principios del siglo XX igualmente los jóvenes turcos estrenaron la modernidad tanto tiempo demorada en el imperio otomano tratando de exterminar al pueblo armenio. La lista es extensa, y hacerla de modo exhaustivo excede los propósitos de este artículo, y muy probablemente la capacidad de trabajo de numerosos historiadores puestos a investigar con tiempo y medios suficientes. Sólo para no ser irremediablemente injustos con los pueblos orientales se hace necesario recordar el empeño puesto por el Japón en China y Corea para no quedar fuera de tan prestigiosa competencia. Más cerca, también los subdesarrollados argentinos - por ejemplo - han obtenido modestos pero significativos logros en la construcción de su propio genocidio doméstico: algunos generales tuvieron más suerte y sus hazañas genocidas fueron recompensadas con dos presidencias, calles a su nombre, y barrocas estatuas ecuestres; para otros los tiempos fueron crueles y sólo obtuvieron el reconocimiento de unos pocos fieles de fuertes convicciones, genocidas...

Sin caer en generalizaciones injustas podríamos no obstante postular que la historia de la humanidad admite ser contada por la sucesión de genocidios. Poco quedaría por explicar, e incluso una hipotética historia de las artes no quedaría demasiado mutilada si fuese interpretada sólo por los efectos estéticos que la muerte de semejantes produce en la sensibilidad de los hombres. La visión del "Guernica", por ejemplo, da cuenta en forma bastante completa del espíritu de la época, sin caer en los excesos del realismo.

Poco podía, pues, asombrarse el mundo por la matanza de seres humanos, más aún cuando la segunda guerra mundial había dejado el saldo de 50 millones de víctimas, la mayoría no combatientes, o - más precisamente - no soldados regulares.

No obstante esto, el horror ante los crímenes del nazismo conmovió a toda la humanidad. ¿Qué tuvo de especial? ¿Cuál fue su sello distintivo? Volveremos sobre esto.

Volveré a mi tierra, allá en Israel...

Es bastante probable que los "Padres Fundadores" del sionismo, allá por las postrimerías del siglo XIX, hubiesen subscripto sin demasiadas reservas una interpretación de la historia que dividiese a los pueblos en "fuertes y conquistadores" frente a "débiles y sojuzgados", quedando en esta oposición el pueblo judío en el segundo de los términos. Se trataba, entonces, de conmutar esta situación. Los sionistas, herederos tardíos de los nacionalismos europeos de mediados de siglo adscribieron sin restricciones al ideal romántico de la "Tierra", el "Idioma Nacional" y, como no podía ser de otra manera, un "ejército", depositario del "honor", el "valor" y las "tradiciones".

En la mitología de todos los pueblos - hoy se diría: Imaginario Colectivo - el ejército propio es siempre glorioso y triunfador, constituyéndose en hitos fundacionales aquellos hechos de armas victoriosos que hayan representado la conquista de territorio, poblaciones, o - aparentemente menos tangible - independencia nacional.

Para desgracia de los sionistas había que rastrear muchos siglos hacia atrás para encontrar alguna batalla de relieve con triunfo de las armas judías, pero su falta no arredró a los constructores de leyendas, y entonces, amparándose en los escritos de Flavio Josefo - reconocido tránsfuga y mentiroso - elevaron a categoría mítica la defensa de Massadá; fortaleza sureña de Herodes que los tenaces - ¿U obcecados? - zelotes defendieron durante meses frente a las legiones romanas, prefiriendo el suicidio colectivo antes que rendirse al invasor, actitud que coadyuvó a la desaparición de cualquier entidad política judía en Palestina durante casi 2.000 años, pero se constituyó en ejemplo de heroísmo y resistencia a la opresión para generaciones de judíos, y también gentiles.

Parecería que el "Complejo de Massadá" condicionó el código genético del sionismo, a tal punto que la obsesión por extender las fronteras de la Comunidad hasta 1947, y las del estado de Israel a partir de esa fecha, fue el alfa y omega de la política sionista. La opinión sustentada por algunos que identifican esta actitud con la búsqueda de un "Espacio Vital" debería - sin embargo - ser considerada como un tanto exagerada. Ciertamente que el estado de Israel adoptó el criterio de las "Fronteras Vivas", ya desde los tiempos en que jóvenes pioneros se deslizaban nocturnamente en tierras compradas en el corazón de una zona densamente poblada por campesinos árabes, levantando lo que el folklore israelí tantas veces cantó como la gesta de "Torre y Empalizada". Sostenían, los sionistas, que la frontera se defiende de cuerpo presente, menos con tropas que con trabajadores armados, para los cuales la retaguardia estaba adelante...

Es fácilmente verificable que esta posición no ha variado mucho con el correr de los tiempos, y durante 47 años de ocupación de los territorios conquistados en la "Guerra de los 6 días" se mantuvo - con altibajos - como política de estado.

Desde aquellos lejanos días de su "Guerra de Liberación" el nacionalismo sionista, con variantes más o menos virulentas, no ha dejado de reivindicar su derecho a la tierra de sus ancestros, a despecho de toda lógica o prueba histórica, ya que - como dice una canción - "Vinimos a esta tierra a construir y construirnos, por que nuestra, nuestra, nuestra es esta tierra". La presencia de habitantes autóctonos que no veían con buenos ojos estas pretensiones era sin duda un problema, pero, bueno: "Nunca te prometí un jardín de rosas" reconoce la propaganda sionista desde siempre. La paradoja del nacionalismo, como dice Hobsbawm, es que "al formar su propia nación, creaba automáticamente el contranacionalismo de aquellos a quienes forzaba a elegir entre la asimilación y la inferioridad."
Atrapado en esta paradoja el sionismo no tuvo otra alternativa que construir un estado racista: para sobrevivir debía segregar. Los inconvenientes de tal comportamiento estriban en que generalmente se sabe como comienzan, pero no dónde terminan. Las consecuencias afectaron a judíos y árabes, y dentro de los primeros más a los de origen oriental (sefardim y teimanim) que no encajan dentro del estereotipo judío que los "Padres Fundadores" - rusos, polacos y alemanes - impusieron como medida de todo lo humano. Baste recordar que el documento de identidad que el estado de Israel provee a sus ciudadanos contiene un apartado específico para la "nacionalidad" de su titular. Hay que reconocer que el sionismo no ha caído en la tentación de sostener prejuicios liberales respecto a la homologación entre "ciudadanía" y "nacionalidad", distinción aún más reveladora que la simple religión.

No ha de extrañar - por lo tanto - que las tropas israelíes en operaciones en Gaza y Cisjordania agreguen el desprecio y el tratamiento humillante hacia los palestinos a los bombardeos genocidas que cometen con el beneplácito (¿Mandato?) de los Estados Unidos y la callada complicidad de Europa, amordazada por siglos de antisemitismo, matanzas y "pogromos", evidentemente Occidente cree profundamente que las culpas de los padres recaerán sobre sus hijos, habría que ver hasta que generación.

Nada impide, pues, a los israelíes consumar su pequeño genocidio, a la medida de un territorio de tan pocos kilómetros cuadrados, y contra una población total de menos de cuatro millones de personas. Para sostener la presencia  de doscientos mil colonos el estado de Israel moviliza a sus reservistas, victimiza a su propia población al someterla a los atacantes suicidas que se autoinmolan, previsiblemente en aquellos que ya no tienen nada que perder, y comienza a reprimir aún a ciudadanos judíos que protestan contra una política manifiestamente racista y genocida. Los sionistas sacrifican aún sus últimos restos de democracia ante el becerro de una "Tierra de Israel Completa". Incluso la apocada y en retirada izquierda israelí deberá estar preparada para que los controles que ahora sufren los palestinos sean cotidianos en Tel-Aviv y Haifa. Es el precio de vivir en una dictadura: nunca se sabe cuando puede volverse contra uno mismo.

Muy claras son las cosas, y la honestidad impone llamarlas por su nombre: al crimen de guerra, al crimen de lesa humanidad, y al genocidio. La destrucción de toda la infraestructura que posibilita la vida humana en conglomerados urbanos es un crimen contra la humanidad. El bombardeo de áreas civiles desprotegidas es un crimen de guerra, y la demolición de edificios civiles y residencias particulares con seres humanos adentro es genocidio. De poco les servirá tratar de ocultarlo al mundo: lo verán en sus ojos cuando crucen miradas. Lo sentirán cuando sus hijos les pregunten: ¿Y tú que hiciste en la guerra, papá?

Y sin embargo. Israel está cometiendo un genocidio, su primer ministro es un asesino despiadado y calificarlo de "nazi" no está lejos de la realidad, pero:

Ramalah no es Auschwitz. Como esto no es gratuito, trataré de explicarme.

La vida es bella

¿Qué hace especial al genocidio nazi? ¿Por qué no admitir la semejanza con otros?

A diferencia de ciertas interpretaciones no le otorgo una relevancia especial al hecho de que su principal víctima haya sido el pueblo judío.

Es cierto: siglos de antisemitismo europeo facilitaban la elección. Los judíos eran el "otro" que debía ser eliminado para mayor gloria de la raza superior y revancha de la humillación de Versalles.

El judío contaba con importantes ventajas a la hora de encontrar una víctima propiciatoria: estaba allí, era visible, sus conductas podían ser descriptas sencillamente como esotéricas, y no contaba con fuerzas armadas propias o ajenas que lo defendiesen. No obstante, la pregunta inicial subsiste: ¿Qué tuvo de especial el Holocausto en comparación a otros genocidios? Vayamos por partes.

Es complicado hoy en día escribir sobre los campos de concentración. Por un lado están las imágenes de Spielberg: ese blanco y negro tan bien utilizado, esa simplificación para hacer los conceptos asequibles al norteamericano medio. La guerra estaba justificada en la enorme maldad de los alemanes, y entonces expedito el camino para realizar lo que verdaderamente le interesaba al lacrimógeno de Steven: ¡Busquemos juntos al soldado Ryan! Si en el camino no lo hallamos seguramente recogeremos unos cuantos millones para paliar su pérdida. Es doblemente gratificador ganar dinero y ser políticamente correcto. Naturalmente que para respetar el tono dramático, y no ser acusados de simplistas deberemos elegir un rostro atormentado y que despierte sentimientos contradictorios. Nadie quiere que lo acusen de crear personajes monofacéticos cuando se tienen pretensiones intelectuales, y el Schindler fílmico debe mostrar mucho, para ocultar el carácter del Schindler verdadero: un capitalista puro y duro en viaje de negocios por lo que él consideraba Polonia, y los judíos el infierno.

Por otra parte, y para ser completamente sinceros, tampoco resulta sencillo escapar a la visión oligofrénica de Begnini: uno no ve la hora de que los alemanes lo despachen, de antipático que resulta ese filicida peligroso para cualquiera que lo frecuente. Sin guerra el hijo de ese padre indudablemente que se hubiese convertido en un pelele inútil para defenderse de cualquier agresión, ofreciendo continuamente la otra mejilla, o - más propiamente - dejándose explotar calladamente, dado que pese a todo "La vida es bella".

Merecidamente ganadora de un Oscar por su idiotez, la película cumple a la perfección la función que su cretino director imaginó: nada puede ser - al fin y al cabo - tan terrible. Aún en el infierno podemos encontrar motivos para la sonrisa, así que después de todo un campo de concentración no era demasiado distinto a cualquier escuela con un régimen un tanto estricto.

La "Cosificación" del prisionero de un campo de concentración la reproduce Begnini para sus espectadores: Aceptando sus premisas podemos descartar al pensamiento racional. De nada sirve la reflexión, sólo los sentimientos cuentan. Hay hombres buenos y malos, eternos, inmutables, idénticos a sí mismos en todo tiempo y lugar. Imposible pervertir a los buenos, y - por el segundo principio aristotélico - tampoco es factible redimir a los malos. Unicamente queda decidir quién es quién. ¡Qué triunfo para Noche y Niebla!

Quizá únicamente Iván Denisovich, en sólo 24 horas, haya sido capaz de transmitir la deshumanización fundamental que discurre tras los días y noches, dónde el terror se instala en el alma, y la incertidumbre - tan humana - sobre el futuro, se mide por minutos. El campo de concentración es ese lugar en el que los seres humanos aprenden que el área de sus intereses y afectos se superpone con la propia piel, y la capacidad de supervivencia se mide en decibeles de sometimiento: un gesto mínimo puede separar la vida de la muerte.

La capacidad de sufrimiento humana parece correr paralela a la línea descendente de la abyección, de la cual los guardias de los campos parecen haber estado particularmente provistos, nacionalidades al margen.

Y aquí vuelve la pregunta, si los campos de concentración fueron un fenómeno no sólo acotado al régimen nazi, entonces: ¿Cuál es la particularidad del Holocausto frente a otros universos concentracionarios?

Tiempos Modernos

Veamos:

1) Utilización integral de todos los recursos

2) Aprovechamiento de los "Subproductos"

3) Optimización de los tiempos

4) Organización piramidal y centralizada

5) Descentralización operativa

6) Efecto "Multiplicador" sobre el conjunto de la economía

7) Minimización de costos

8) ¡Maximización del Beneficio!

Este listado podría perfectamente ser el encabezado de algún memorándum interno en cualquier empresa que pretenda ser "Competitiva". No sería desatinado conjeturar que Taylor mismo lo hubiese suscrito sin reservas.

Los métodos capitalistas de producción puestos al servicio del exterminio. ¿Cuál es la forma más eficiente de convertir los cuerpos en humo?

Una vez aceptada la premisa inicial sólo hay que poner manos a la obra. Metódicamente se rescata el oro oculto en las dentaduras. La cadena de producción está científicamente diseñada para optimizar los recursos, nada de idas y venidas improductivas. Los trenes deben llegar a horario para evitar "tiempos muertos" en la utilización de las cámaras de gas.

La organización es fundamental: cada pieza destinada a volatilizarse es identificada indeleblemente, a cada judío su número. No hay tiempo que perder, los administradores deben cumplir con su cuota semanal y mensual. Si es necesario se harán horas extra.

La buena administración es la madre de la productividad. Los insumos críticos deben ser encargados con suficiente antelación, por supuesto se puede confiar en la calidad y capacidad de la industria germana, que cierra importantes contratos de provisión al estado.

Tras los primeros intentos tradicionales, o artesanales, el estado nazi comprendió que la aniquilación de millones de seres humanos sólo se podía realizar con los métodos de producción en gran escala, y sistematizó de la manera más eficiente la conversión de cuerpos vivos de carne y hueso en humo.

¡Qué insignificantes resultan los anteriores genocidios frente a la ciclópea tarea emprendida por el nazismo!

El siglo XX produjo el primer genocidio planificado, industrial, científico. ¡Racional!

¡La apoteosis del capitalismo! La industrialización de la muerte. Miles de administradores, capataces y operarios aplicados con germánico tesón a producir la mayor cantidad de humo en el menor tiempo posible y al costo más bajo, partiendo de una materia prima abundante.

Cada trabajador en su puesto, frente a la cadena de montaje, y el resultado final se mide en metros cúbicos de un humo denso y de olor característico, según los testimonios más conspicuos.

Final poco feliz

Es difícil extenderse en el tema para quién tiene antepasados que fueron materia prima para este proceso, como el autor de estas líneas. No sería del todo irrelevante que alguien con mayores conocimientos y capacidad desarrolle la hipótesis aquí planteada sobre la especificidad del Holocausto.

No, definitivamente Palestina no es Auschwitz. Pero la monstruosidad de uno no hace menos horrible al otro.

miércoles, 18 de junio de 2014

La Nación publica una nota con 38 años de atraso


Cómo actuar ante la desaparición de una persona

Mitos y verdades de lo que pueden hacer los familiares para agilizar la búsqueda; Juan Carr recomienda "hacer un escándalo"
Por   | LA NACION


No hay que esperar ni una ni 48 horas para hacer la denuncia. Ese es el primer mito a derribar ante la desaparición de una persona. Tanto por las vías oficiales como por medios más "informales", es necesario activar la búsqueda lo antes posible.
"Las acciones que se realizan en las primeras horas son fundamentales en la investigación", explican desde la Procuraduría de Trata y Explotación de Personas (Protex), que depende del Ministerio Público Fiscal (MPF).
No importa si la persona ya desapareció y volvió en otras oportunidades. Ante la primera sospecha de que un ser querido puede estar en problemas hay que entrar en acción.

jueves, 12 de junio de 2014

¿Qué es el fútbol?

El fóbal son 22 millonarios corriendo detrás de una pelotita...



Y un libro es  1 kg. de papel, cartón y tinta, y una mujer es un conjunto de pelos, carne, uñas, visceras, órganos, sangre y secreciones. Y la belleza una convención social impuesta por las clases dominantes.
No se explica cómo los hombres nos enamoramos de y sufrimos con: libros, mujeres, belleza y fóbal. ¡Qué pavos que somos!

domingo, 18 de mayo de 2014

Leyendas del GULAG




El camarada Dimitri Rodionovich Timoshenko miraba caer la nieve sobre la taiga. A fines de diciembre no cabía hacerse grandes esperanzas respecto a un hipotético mejoramiento en las condiciones climáticas. El camarada Timoshenko suspiró, pensando – quizás – en la soleada aldea, cercana al Mar Negro, en la que había nacido, más de seis décadas atrás, y sus inviernos benignos y veranos radiantes de sol sobre los trigales.
El camarada Timoshenko se estremeció, hundiendo aún más las manos en el capote recién recibido de Moscú, de basta confección, pero abrigado. Hasta las ganas de fumar quitaba el frío siberiano, pero Dimitri Rodionovich  sacó su mano derecha del cálido cobijo para buscar en el bolsillo superior de su chaquetilla una arrugada marquilla de cigarrillos “Acorazado Potemkin”. Se acercaba el camarada oficial Konstantin Davidovich Volodsky, resoplando por el esfuerzo de caminar sobre la nieve blanda, y Dimitri Rodionovich sabía que su jefe de brigada apreciaba los gestos de cortesía de parte de sus subordinados, cómo invitarlo con un cigarrillo, o procurar que todas las mañanas encontrara sus botas limpias y lustradas al lado de la puerta de su camarote.
El camarada oficial, un joven de menos de treinta años, egresado de la Academia Pugachov de Oficiales Penitenciarios, era hijo del legendario David Moiseievich Volodsky, héroe de la Revolución, dos veces condecorado con la Orden de Lenin y miembro del Buró Central del Partido. Su presencia en ese campamento de re-educación política sólo podía interpretarse como el escalón inicial de una ascendente (y rauda) carrera dentro del sistema de prisiones soviético.
El camarada carcelero Dimitri Rodionovich Timoshenko, a más de treinta años de su conversión a la Revolución, ya había visto pasar muchos jóvenes como el camarada Konstantin Davidovich Volodsky en ese puesto. Y a algunos de ellos, inclusive, los había recibido después como huéspedes de la institución.
Haciendo caso a su experiencia como revolucionario, y a centurias de sabiduría popular campesina, Dimitri Rodionovich siempre trataba de mostrarse servicial y atento a las necesidades de los jóvenes camaradas que – haciendo sus primeras armas al servicio de la Revolución – llegaban al campamento de re-educación política con las últimas teorías sobre la regeneración de criminales políticos y los métodos para su reinserción exitosa en la gran tarea de construir la patria de los trabajadores.
“Un oficial siempre es un oficial”, recordó el camarada Timoshenko que le decía su padre, el viejo Rodión Petrovich, ya sea que defienda al Padrecito Zar Nicolás Nicoláievich, o a los bolcheviques que lo destronaron y fusilaron, “y su fusta es muy ligera”, concluía el viejo, con los ojos entrecerrados y en voz baja.
El camarada oficial Konstantin Davidovich Volodsky acercó su cigarrillo al fósforo encendido que el camarada carcelero Dimitri Rodionovich Timoshenko le ofrecía, y – aspirando con fruición el azulado humo de su “papirosa” – clavó su mirada en el interior del campamento, del que salían, al trote y con las manos en los bolsillos, los internos. La taiga, monótonamente blanca, no ofrecía puntos de referencia.
“¿Qué tarea tienen que cumplir hoy los reclusos Zamuk y Wolkof, Dimitri Rodionovich?” inquirió el oficial Konstantin Davidovich Volodsky. El camarada Dimitri Rodionovich Timoshenko se apresuró a sacar sus manos del capote, y extrayendo un ajado papel del interior del mismo leyó sin vacilaciones: “los condenados traidores desviacionistas troskystas Wolkof y Zamuk están asignados a la cocina, camarada oficial Volodsky”.
Konstantin Davidovich inspiró otra bocanada, y mientras sacaba una hebra de tabaco pegada a sus labios dio unos golpes en el piso con los tacones de sus relucientes botas de blando cuero.
El camarada carcelero Dimitri Rodionovich Timoshenko miró por un instantes sus propias botas, duras y resecas, pero no extrajo ninguna conclusión de la diferencia. Los oficiales tenían uniformes y botas nuevas, la tropa se arreglaba con los rezagos, siempre fue así y Dimitri Rodionovich no tenía motivos para suponer que alguna vez sería distinto. “No sirve de nada pensar sobre lo que está bien y lo que está mal”, era otra de las frases favoritas del viejo Rodión Petrovich, y Dimitri Rodionovich nunca puso en discusión la sabiduría de su padre.
“¿Qué informa el camarada Simeón Ivanovich?” preguntó el joven Konstantin Davidovich Volodsky, mirando las filas de prisioneros que formaban filas para la revista matinal.
Dimitri Timoshenko, carcelero desde los inicios de la Revolución, buscó unos segundos una página detrás de la lista de prisioneros. “El camarada doctor Simeón Grobotkin informa que las tendencias antisociales y contrarrevolucionarias de los condenados Wolkof y Zamuk no han demostrado signos de mejora, camarada Volodsky”, informó, sin ninguna inflexión particular en la voz.
Kostia, como lo llamaba su padre, Consejero del Soviet Supremo, al joven oficial Konstantin Davidovich Volodsky, apagó la colilla de su cigarrillo con la punta de su bota  mientras trazaba un garabato en la nieve con la fusta. Miró hacia la taiga y su vista se detuvo en un enorme montón de troncos que esperaban ser cortados para el piso de una nueva barraca.
“Asígneles la madera, Dimitri Rodionovich.”, ordenó brevemente, para después agregar, mirando a los ojos al carcelero: “Sólo a ellos dos”.
Dimitri Rodionovich Timoshenko se cuadró, juntando con energía los tacos de sus botas y haciendo la venia contestó, con la práctica de décadas en el Ejército Rojo: “Comprendido, camarada oficial”. Sin pedir explicaciones complementarias Dimitri Rodionovich se dirigió hacia las filas de prisioneros, a quienes cansinamente contaba el cabo Alexander Pavlovich Buriatin, ex prisionero él mismo, que cumplía la segunda parte de su condena  - por anarquismo y robo a la propiedad del pueblo -  en Wolodczin, a escasos dos kilómetros del campamento, bajo el régimen de libertad vigilada.
El carcelero Timoshenko llamó a Wolkof y Zamuk mientras, con una mirada, hacía ver a Buriatin que él se hacía cargo.
Wolkof y Zamuk se acercaron caminando despacio, años de reclusión en el campamento de re-educación política no los habían hecho mejores ciudadanos ni comunistas, pero habían aprendido – sin dudas – a ahorrar energías. Cuando estuvieron frente al veterano guardia se detuvieron, parados entre firmes y descanso, pero con las manos en los bolsillos. Dimitri Rodionovich los esperó, con las manos a la espalda, y secamente les impartió la orden del día: “Toda esa madera tiene que estar cortada antes de las 6 de la tarde, empiecen”.
Iván Ivanovich Zamuk y Pável Borisóvich Wolkof se miraron, y con la misma actitud corporal de prescindir del despilfarro de fuerzas, caminaron sin detenerse hasta la madera acumulada en un montón, descargada del camión que, mensualmente, iba por ella al bosque.
El camarada Timoshenko miró sin expresión cómo los prisioneros colocaban unos troncos cortos a modo de caballete, y – tomando cada uno un extremo de la larga sierra – comenzaron a aserrar metódicamente, sin prisa, pero sin pausa.


Llegada la noche, Dimitri Rodionovich buscó en la fila de prisioneros que volvían de sus tareas a Wolkof y Zamuk, y ante su ausencia se dirigió al cabo Buriatin, para preguntarle por los reclusos. Alexander Pavlovich Buriatin no se distinguía por la velocidad de sus procesos mentales, pero disimulaba la carencia – o creía hacerlo – repitiendo las preguntas que le formulaban, con aire de considerar el asunto. Dimitri Rodionovich conocía a sus subordinados, y antes que el cabo Buriatin terminara de repetir la pregunta le informó que en caso de no presentarse con los prisioneros en cinco minutos podía darse por arrestado. El rostro de Alexander Pavlovich se iluminó en una mueca de comprensión, y sin repetir ni una letra salió disparado hacia la taiga, débilmente iluminada por los reflectores periféricos del campamento.
No le hizo falta buscar mucho. Wolkof y Zamuk llegaban en ese momento, limpiándose aserrín de los uniformes, y sin apretar el paso. Sus rostros se veían acalorados, pero no descompuestos, notó – con algo de íntima satisfacción – Dimitri Rodionovich Timoshenko.
El camarada carcelero, presintiendo la respuesta, inquirió a los prisioneros sobre el grado de avance de la tarea. Tanto Wolkof como Zamuk, parados no muy firmes, pero sin que su posición pudiese ser tachada de indolente, contestaron al unísono: “Terminada, camarada Dimitri Rodionovich”.
Dimitri Rodionovich, secamente y con un ademán, los envió al comedor. Una vez alejados, anotó sus nombres  nuevamente  para el trabajo en la cocina al día siguiente.


A la mañana siguiente, la taiga amaneció como de costumbre, pero el camarada Konstantin Davidovich Volodsky parecía de peor humor. Se acercó a Dimitri Rodionovich  y, sin siquiera preguntar qué tareas debería desarrollar ese día Wolkof y Zamuk , le ordenó que los enviara – a ellos y sólo a ellos –  a vaciar las letrinas del campamento y distribuir su contenido, presumiblemente como abono, en la base de cada uno de los abedules recién plantados en la periferia del campo.
Dimitri Rodionovich, sin inmutarse, giró sobre sus talones, buscando al cabo Buriatin con la mirada, pero, al no hallarlo inmediatamente, gritó los nombres de los reclusos, mientras tomaba nota mentalmente de la falta de su subordinado directo.
Wolkof y Zamuk se cuadraron, ni muy obsecuentes ni muy contestatarios, ante el viejo Rodión, quién los impuso de sus obligaciones para el día, en pocas palabras, tal su costumbre.
Si algo pasaba en el interior del camarada carcelero, no se reflejaba en su rostro. Expresar las emociones era superfluo, le había enseñado su padre, y Dimitri Rodionovich, que había servido a la Revolución luchando contra la intervención, y sobrevivido a la invasión alemana defendiendo a la madre patria, nunca encontró motivos que lo convenciesen de lo contrario.
Esa tarde, recorriendo el perímetro del campo, el viejo revolucionario, guardia rojo, partizano, suboficial del glorioso Ejército Rojo y actual carcelero, tuvo que reprimir una sonrisa de satisfacción, cuando vio la prolijidad con que habían realizado su trabajo los condenados traidores desviacionistas troskystas, distribuyendo de forma uniforme todo el contenido de las letrinas del campamento en todos y cada uno de los abedules plantados cada cinco “arshins”. El viejo Dimitri  no podía acostumbrarse, más de veinte años después de su implementación, al sistema métrico decimal.
Esa noche, Dimitri Rodionovich se ocupó personalmente de que los delincuentes antisociales y contrarrevolucionarios Wolkof y Zamuk no tuviesen ningún trabajo extra, e incluso que el recluso que servía el “borshch” se ocupara de que Wolkof y Zamuk encontraran algo más sólido que remolachas en el fondo de la sopa. Si los reclusos lo notaron, no se lo hicieron saber, quizás agotados por el trabajo que normalmente hacían ocho personas, o quizás por participar de las ideas del viejo Rodión Petrovich respecto a la expresión de los sentimientos.


Por la mañana, la temperatura había bajado de forma notable, y el camarada carcelero Dimitri Rodionovich Timoshenko esperaba la llegada del camarada oficial Konstantin Davidovich Volodsky, barruntando tal vez qué tipo de trabajo les impondría ese día a los reclusos Wolkof y Zamuk.
Pero Kostia había tenido una mala noche, o estaría redactando su informe semanal, el caso es que no se hizo presente esa mañana. Dimitri Rodionovich dejó que la distribución de tareas se hiciese según el orden del día, sabiendo que Wolkof y Zamuk serían asignados a su puesto de trabajo habitual. Siguió a los reclusos y, ya en la cocina, les señaló un montón de bolsas de papas, ordenándoles que separaran las grandes de las chicas, para distintas comidas.
Si alguien le hubiese prestado atención al curtido semblante del viejo revolucionario, habría detectado algo así como una sonrisa cuando dejó a los condenados reclusos traidores troskystas sentados en unas sillas bajas, con las bolsas de papas ante sí, y en el casi confortable ámbito de la cocina.
La noche no tardó en llegar más que de costumbre, y terminando otra de sus recorridas el camarada Timoshenko se dirigió a la cocina.
Los condenados traidores desviacionistas troskystas Wolkof y Zamuk, sentados frente a frente, con el mismo montón de bolsas a sus espaldas, y una de estas, abierta entre ellos, discutían acaloradamente.
Esta imagen fue demasiado para el viejo carcelero, que, tirando por la borda todo lo aprendido de su padre, demostró con creces los sentimientos que lo embargaron en ese momento:
“¡Ahh, troskos de mierda! ¡Son buenos para serruchar el piso y desparramar mierda, pero cuando tienen que tomar una medida no sirven ni para clasificar papas!”











miércoles, 9 de abril de 2014

Impactantes declaraciones de Binner después del Megaoperativo antinarco en Rosario!!!!!

Obvñzfhnhxds

 

Binner, otra vez, no se guarda nada, y juega a fondo.

Sin medias tintas, y apenas conocida la novedad.

Rotundo, tanta claridad conceptual asusta.

Seguiremos informando.