Pocas cosas mas desagradables que el trabajo pesan sobre los hombres, mis estimados. Fue la maldición bíblica la que obligó al polígrafo del barrio La República a trasladarse, muy a su pesar, a la mediterránea y docta ciudad de Córdoba. Ya bastante difícil es para vuestro cronista abandonar su barrio, así que imaginad, mis pacientes lectores lo incordioso que le resulta movilizarse mas de 400 km.
Pero, todas las protestas de este servidor fueron desmontadas con prolijidad por los irrefutables argumentos de las necesidades empresariales.
Así las cosas, emprendió Udi - obediente - el camino que lleva de la portuaria, fluvial y fenicia capital de los cereales a la capital del cuarteto, el automóvil y las sierras.
Para aquellos que ignoren (o hayan olvidado) ciertos datos esenciales de la demo-geografía pampeana les recomendaré que agarren los libros, que no muerden, o - en su defecto - un mapa carretero, como hizo este modesto escriba, quizás algo atemorizado ante la perspectiva de reencontarse con una materia que le amargó su poco destacable paso por las aulas del Colegio Nacional N° 1, de infausto nombre.
Para vuestra ilustración, queridos lectores, comentaré que los cuatrocientos y pico de kilometros que separan ambas urbes atraviesan las llanuras mas fértiles de estas ubérrimas tierras. Llanuras habitadas, mayoritariamente, por los rubicundos descendientes de aquellos esforzados suizos, piamonteses, lombardos y marchegianos que desde mediados del siglo XIX, y huyendo algunos después de la derrota en "La Primavera de los Pueblos", poblaron, laboraron y abonaron con su sudor y su sangre.
El camino - se sabe - suele tornarse monótono cuando uno debe concentrar la mirada al frente, máxime cuando todo lo que lo rodea se asemeja a un desierto verde, así que - ya anocheciendo - este servidor dió por bienvenida la aparición, en tierras cordobesas, de un grupo de vehículos estacionados a la vera de la ruta.
Relucientes vehículos todo terreno convivían en aparente paz con desvencijadas "chatas", algunas piras de neumáticos ardían cansinamente, miradas - con esa obsesión que tienen los humanos por el fuego - por grupos de mujeres mateando. Chicos corriendo, adolescentes en motos y una parrilla con varios kilos de carne vacuna, que brillaba por su presencia y aromatizaba el entorno.
Unas cien personas ocupaban el centro de la ruta, obligando a los conductores a detenerse, cosa que unos diez vehículos, entre automóviles y camiones, habían hecho, con una paciencia que ya quisiera este servidor haber visto frente a situaciones parecidas.
He de reconocer, mis estimados, que la predisposición de vuestro improvisado cronista agropecuario no era de las más amables para con los motivos, explicaciones y métodos que estas personas esgrimían para justificar su actitud, un tanto ¿compulsiva? a interrumpir el tránsito por una ruta nacional (o provincial, tanto dá).
Ya sea, pues, por motivos justos, o de los otros, este obligado viajero, al que aún le faltaban mas de 200 km. para llegar a su destino (bah, a Córdoba, que su destino vaya uno a saber dónde está) sintió bullir dentro suyo alguna dosis de indignación al ver a poseedores de extensiones de tierra valuadas en cientos de miles de dólares impidiéndole continuar su viaje y su (ejem) trabajo.
Fué aquí que Udi recordó ciertas expresiones de días atrás, cuando ante la irrupción de los morochos, esforzados, algo prepotentes y poco mediáticos defensores del elenco gubernamental en la Plaza de Mayo supuso que mucho más efectivo hubiese sido enviar, antes que la "patota" lumpen y pintoresca a la "patota" de la AFIP a los piquetes de los capitalistas agrarios. Este poco idóneo plumífero sostuvo, entonces y ahora, que la variedad rural de la especie "capitalistus rapiñatis" debería sentir especial repulsión ante la mera posibilidad de que alguien sepa la verdadera magnitud de sus ventas, la suma de las declaradas y las otras, para no hablar de las ganancias que dichas ventas reportan.
Asi fue que, asumiendo actitud de inspector, bajó el polígrafo del barrio La República, devenido en falso botón del fisco, munido de su agenda símil cuero, y comenzó a tomar nota de las patentes de los vehículos, sin distinguir entre relucientes y embarrados.
Naturalmente esta actitud no pasó desapercibida para la pequeña multitud reunida sobre la calzada de la ruta, ni - todo hay que decirlo - para la fuerza policial, representada por una oficial rubia y muy producida y su ayudante, morocha, joven y de cara limpia. Algunos participantes de la Asamblea de capitalistas agrarios, y las representantes de la ley y el orden se dirigieron hacia el lugar en el que este escriba ejercía su ficticio rol de buchón de la ex-DGI. Esta peculiar "Task Force" se acercó a vuestro cronista de segunda con una mirada entre inquisitoria y hostil (salvo la agente de policía más joven, que sonreía un tanto pizpireta. Habréis notado, mis queridos, que de ciertas cosas no se vuelve...).
Requerido que fue, por parte de esta comisión de ¿notables? el motivo de la actitud de pesquisa que parecía adoptar este falso periodista (ya sabemos que los periodistas "de verdad" se ocupan de reflejar los conflictos de la "gente" con los demás habitantes de este suelo) la respuesta, en parte fruto de la inspiración del momento, en parte meditada, forzoso es reconocerlo, trató de hacer entrar en las bien pobladas (exteriormente) molleras de quienes proclamaban que "cultivar el suelo es servir a la patria" que la ocupación de la calzada de una ruta impidiendo el tránsito a otros compatriotas está debidamente clasificada en ciertos conjuntos de libros que suelen denominarse, por comodidad descriptiva como "leyes" y - detalle no menor - expresamente prohibida por esas mismas leyes. Asimismo preguntó este escriba con veleidades de justiciero fiscal a sus dignos interlocutores (aunque con la mirada pendiente en las reacciones de la joven policía, la morocha, que a estas alturas demostraba un interés mayor que el que pudiese esperarse de su triste oficio en las palabras de vuestro cronista) si no coincidían en la generalizada creencia que sostiene que es deber de todo buen ciudadano denunciar la comisión de un delito - es decir: una violación a las leyes - allí dónde lo reconociese.
Con la mejor cara de ciudadano respetuoso y ¿Por qué no? amante de la legalidad instituída y la corrección política sugirió entonces vuestro polígrafo que un grupo de personas que tan acendradamente defendían el respeto a aquellas leyes que consagran el derecho a la propiedad privada no deberían hallar mácula en la intención de proteger otro derecho, quizás de no tanta importancia, aunque sí relevante para un servidor, en este caso el de libre tránsito.
Cierto es, mis estimados, que la situación requería de un considerable esfuerzo de dramatización por parte de este servidor, habrá incluso quienes lleguen a hablar de cinismo, pero ¡nadie es perfecto!, coincidiréis - supongo.
Así las cosas reforzando la tesis antes expuesta redobló Udi la apuesta y especuló sobre las incomodidades e incordios que sufrirían, sin duda, aquellos propietarios de vehículos denunciados por ante el juzgado federal más próximo por la comisión del delito antes citado. Esto, naturalmente, sin perjuicio del íntimo convencimiento de vuestro narrador sobre la casi segura inutilidad del proceso, dado que a nadie escapa que semejante causa tendría muy escasas probabilidades de encontrar un juez accesible a su prosecución. Sin embargo, y notad aquí mis queridos y fieles lectores que en esto radicaba toda la posibildad de éxito de esta jugada. como quién dice "cantar retruco con el cuatro de copas", hasta que un juez atribulado de cosas más importantes desechara las denuncias la lenta pero inexorable maquinaria judicial se habría echado a rodar, emitiendo los citatorios pertinentes al caso, etcétera, con las consiguientes molestias para los propietarios de los vehículos denunciados, que a la sazón ya no parecían tan relucientes.
Para abreviar el relato, que ya estará cansando a algunos, por cierto, se consignará aquí, brevemente, que la "comisión de notables", y la policía rubia y producida, se dirigió hacia dónde se hallaba el grueso de la autodenominada "asamblea de productores". No así la policía joven, que halló importantes razones de servicio para inquirir a vuestro cronista sobre su lugar de procedencia y destino, motivos de viaje y hasta la asiduidad de los mismos. Este polígrafo, a despecho de sus prevenciones de toda la vida respecto a los guardianes del orden (instituído) le solicitó a la joven y bella agente de la vieja y fiera institución policial su número de teléfono celular, a fin de interiorizarla en forma más acabada de sus hábitos de viaje, preferencias musicales y demás datos que pudiesen predisponerla favorablemente hacia un servidor. En eso estaba la conversación cuando una persona de la "comisión de notables" se acercó a vuestro cronista y su automóvil profiriendo voces al estilo de "Má, sí. Pasá y la reputa madre que te parió". Lo cual viene a demostrar su falta de tacto, dado lo privado de la charla que este viajero mantenía con la joven agente policial. Al mismo tiempo el grupo de habitantes de nuestra "pampa gringa" se dividía en dos fracciones, a ambos lados de la ruta, pero monolíticamente unidas en su evaluación (y reprobación) de los procederes de este servidor, todo lo cual era demostrado vehementemente y con expresiones que este cronista considera impropio reproducir en estas líneas. (Para quién quiera conocer detalles sobre el vocabulario de nuestros "productores autoconvocados" estará este polígrafo dispuesto a contarlas a través de correos personales).
Siempre es bueno saber hasta dónde se puede tensar la cuerda, se dijo Udi, vagamente sentencioso. Y fue así que vuestro narrador subió presuroso a su automóvil, no sin algún temor a que el mismo fuese objeto de injurias aún más perniciosas, y poniendo una primera interminable se perdió en la obscuridad de la llanura pampeana, saboreando su módica (y casi inútil) victoria contra la prepotencia del capital agrario, y lamentando no haber tenido suficiente tiempo para obtener el número de la joven y bella agente policial.
En este punto, mis pacientes lectores, me veo forzado a abandonar el tono intimista y casi confidencial.
No había recorrido unos cien metros cuando noté a un joven "haciendo dedo". Necesitado de algo de charla detuve el auto y lo llevé hasta la localidad siguiente. En el trayecto el chico - no más de veinte años - me contó que su patrón lo había llevado al "piquete" a la mañana, para quemar los neumáticos al costado y en el centro de la ruta. Eso sí, le había pagado un sandwich y una coca. En concepto de "participación en las ganancias" habrá sido...Ni siquiera con sus manos hacían la protesta estos señores.
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