Su autor, Gore Vidal, asistió al nacimiento y exponencial crecimiento - por esos años - de un nuevo medio de comunicación de masas, hijo bastardo del cine y la radio y de quién se decía, en esa época, que vendría a matar a su padre y a tiranizar enviando al cuarto de las antiguallas a su madre. El nuevo medio - la televisión, claro, de ella hablamos - se demostró todo lo potente que sus inventores habían imaginado, y aún más; sin embargo, los agoreros presagios respecto a sus predecesores terminaron revelándose como algo exagerados.
Impresionado, decíamos, por la potencia de este medio, y creyendo detectar en él cualidades cuasi hipnóticas, el joven Vidal, un estudioso de la historia del cristianismo, por otra parte, imagina una conjunción, unas bodas monstruosas entre una escatología muy verosímil y un medio de difusión como nunca antes hubo en la historia. El diabólico resultado de este connubio comparte todas las características luciferinas por excelencia: ausencia de amor, cálculo, egoísmo, belleza, poder de seducción. El ojo sin párpado de la cámara, excita y galvaniza al emisor, quién - casi literalmente - posee a la teleaudiencia, la penetra e impregna con su mensaje, último, definitivo, non plus ultra: Hypnos y Tánatos.
Ciertamente, al decir de un semiólo italiano que escribiría sobre el tema varios años después, el autor nos retrata una pesadilla apocalíptica; los mass media - en su representación más acabada: la tele - son el vehículo para condicionar nuestra mirada, nuestra percepción. No construyen la realidad ni imponen un relato que la sustituya, sino que operan sobre nuestra vista y oido de modo tal que - es sólo un ejemplo - aunque veamos al vicepresidente de la nación entrar a un banco con dos 9 mm y dos adláteres con un AK-47 cada uno, concluiremos que va a hacer un depósito de camino a la armería; contrario sensu, si la presidenta es vista ayudando a una anciana a cruzar la calle inmediatamente colegiremos que lo hace para incorporarla a alguna red clientelar y esquilmarle sus magros ingresos jubilatorios.
Es decir: el "dispositivo" mediático, se configura como unos virtuales anteojos 3D, con su equivalente adjunto auditivo, que nos permite "ver" Avatar tal cual "es". En la medida en que no alarguemos las manos hacia el objeto que baila delante de nuestra vista, nos convencemos de que efectivamente ese objeto "está ahí".
De ahí a agacharnos cuando algún objeto vuela hacia nosotros a una fantástica velocidad, hay un paso, el mismo que dieron aquellos espectadores parisinos que asistían al estreno de "La llegada del tren", de los Lumiere.
Pasa, por otra parte, cotidianamente: desde las 6 de la mañana hasta las 10 de la noche - hora más, minutos menos - el tránsito de la ciudad de Buenos Aires y el Conurbano enloquece a los cientos de miles de masoquistas que se suben a un automóvil para acudir a su ergástula personal, o retornar de ella a su particular infierno en la tierra, sin embargo basta que una voz desde la radio nos anuncie el paso de algunos centenares de personas con algún contencioso hacia la autoridad para que brote de nuestra intervenida - y ya exasperada - capacidad de raciocinio la definición buscada: caos.
Volvamos a Vidal, que propone una degeneración aberrante del cristianismo y su fascinación por la muerte.
La metáfora es transparente, la ausencia de todo - la nada - es buena. Si el infierno son los otros, el paraíso, entonces, es su ausencia. O, distinto camino pero idéntico resultado, si anulamos, con nuestra muerte, la percepción de los otros, pues...deja de molestarnos su presencia.
El suicidio, entonces, es visto como una liberación.
Las consecuencias de este razonamiento tienen sus bemoles, para qué negarlo, pero su fascinación es intensa, casi voluptuosa.
Imaginemos, sólo un instante, la potencia de esta unión: cuál redivivo flautista de Hamelin la música de los mass media nos lleva de las narices al suicidio en masa.
¿Cómo? ¿Que ya sucede?
Bueno, tan malo no será, entonces.
udi, abril de 2010
1 comentario:
Mire, todas las épocas han tenido sus flautistas, y la actual no escapa a eso.Pero la reflexión constante y recurrente, al menos nos agarra prevenidos :Por ende,se suicida el que quiere, es una elección la de vivir respirando lo que los medios nos presentan.
Cordialmente, una servidora
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