Bella Ciao, una versión "pulenta pulenta"

jueves, 27 de diciembre de 2012

¡Maldito sea el Chueco García!

El "Chueco" García, "El poeta de la zurda"

Inevitablemente, cada vez que mis hijos me preguntaban (ya no lo hacen) "Papá, vos como jugabas de chico", recordaba  la anécdota.
Tendría once, o doce años, y la lectura de cualquier literatura sobre fútbol constituía el alfa y omega de mi vagabunda existencia. Pasaba por la peluquería de la vuelta de casa los miércoles, cuando ya el tano Peluso había leído "El Gráfico" y me sentaba en el umbral, respetando escrupulosamente el pacto con el Tano: si entraba un cliente, dejaba la revista en la mesita dónde se amontonaban los números viejos, arriba de todo. Si el cliente - rara avis - prefería la revista "Así", me acercaba, en silencio y haciéndome el distraido, y como quién no quiere la cosa, y con aire de aburrimiento, agarraba de nuevo el ejemplar más reciente.
Esos casos eran los menos frecuentes, y las tardes, entonces, se pasaban entre ávidas (y rápidas) lecturas al número de la semana, y - mucho más seguido - relecturas de viejas ediciones, a la búsqueda de algún dato no suficientemente analizado y digerido.
Todos los días, nunca le pregunté a mi viejo porqué, llegaba a casa "La Razón", pero la del día anterior. Me explico: al salir en Buenos Aires por la tarde llegaba a Rosario al otro día. Volvía de la escuela, y mientras mi vieja tiraba un bife sobre la plancha - cúspide de sus habilidades culinarias - me devoraba los "Dialoguitos en el asfalto", compendio de chismes recolectados en la puerta de la AFA.
En alguna sección de "Recuerdos" o algo asi, leí una anécdota que me encantó: El "Chueco" García, a quién nunca había visto jugar, pero quién por su estirpe canalla me enorgullecía y cuyas hazañas mi viejo me relataba yendo a la cancha, la había contado, o algún jugador - rival o compañero - la refirió al periodismo.
Parece que en un partido el Chueco había hecho un golazo, de esos en los que se había gambeteado a 3 o 4 rivales. Volviendo hacia el centro del campo, arrastraba los pies, raspando tanto el verde césped como terrones de tierra, que las canchas de aquel tiempo contaban por mitades, casi. Alguien - de su equipo o del contrario - le preguntó qué hacía, a lo que el Chueco respondió - conjeturo que con sorna - "Borro la jugada, para que no la copien".
En ese tiempo me pareció el colmo de la compadreada. Y me prometí hacerlo, cuando lograra convertir un gol que lo mereciera, claro.
Empero, el tiempo transcurría, y mis goles - oportunistas, casi carroñeros - nunca merecían más que el festejo que la importancia del partido les diera. Mi puesto habitual de marcador de punta no contribuía, hay que reconocerlo, y aunque en más de una oportunidad lo había intentado, quebrando líneas rivales por sorpresa, generalmente la culminación de la jugada era con un remate de afuera, con pierna derecha entrando desde la izquierda, ignorando - haciéndome el que no lo había visto - los gritos de nuestro centroforward que me pedía la pelota, marcándome el pase al vacío.
El año - ya dije que no recuerdo cuál exactamente - pasaba, y ya me resignaba a no poder hacer gala, no tanto de mis habilidades técnicas como de mi capacidad para la fanfarronería barata. Claro que en esa época no la llamaba así. Sin embargo, sobre fines de noviembre, o diciembre - vaya uno a saber - quiso el fixture del intercolegial - presuntuoso nombre para algunos partiditos entre las escuelas del barrio - que nos tocara enfrentar de visitantes a una escuela que estaba sobre la Avenida - digamos "Susvín" - con la que habíamos tenido un partido picante en ocasión de su visita a nuestro reducto. En realidad mi escuela no tenía cancha propia, ni campo de deportes, ni siquiera salón de gimnasia, así que jugábamos nuestros partidos en un descampado próximo al que habíamos dotado de dos arcos - sin travesaño - utilizando para eso unas ramas gruesas, y casi, casi rectas. En aquel encuentro la suerte, y la puntería , nos habían sido esquivas - y eso que todavía no habían entrado las mujeres a nuestras vidas - y el resultado una derrota no muy digna antes del final por suspensión dada nuestra natural propensión a vengar a puñetazos nuestras carencias y errores. Pero, la verdad sea dicha, nos ganaron bien, ese día les salieron todas, y a nosotros - regularmente algo superiores - ni una.
Pero, la superioridad hay que demostrarla en la cancha, no de pico, y - anímicamente dispuestos a hacerlo - planteamos un partido a cara de perro que, ya al inicio del segundo tiempo, ganábamos 3 a 0 con dos goles de nuestro delantero y mejor jugador - José Luis - y un zurdazo terrible de Raúl que venció las manos del arquero. Nos encaminábamos a un triunfo y, casi con seguridad, el campeonato - al que le quedaban dos fechas - no se nos escaparía. Con la tranquilidad del resultado, y el equipo rival jugado a la ofensiva a descontar, a la salida de un ataque que nuestro arquero, la "Chancha" Navarro, había controlado sin dificultades, me encontré con la pelota, mucho campo por delante, un mediocampista saliendo a cruzarme desde mi derecha, y al Negro Medina,  defensor central, retrocediendo hacia su área.
Juro que pasan los años, y sin embargo no puedo evitar estremecerme un poco; cierro los ojos y todo pasa como una película en cámara lenta, y al cabo de todo este tiempo, ya no sé si la jugada fue así, o mis recuerdos se fueron contaminando con otras jugadas. Ya no sé si, relojeando a quién venía al cruce, lo dejé llegar y - con el borde externo del pié derecho - le toqué suave la pelota para que le pasara entre las piernas. Mientras encaraba hacia el área ya casi en posición de "diez" ví - o me lo contó después - a Cachito a mi derecha, y al marcador central vacilando entre marcarlo a él, o salir a voltearme. Esa indecisión lo perdió, cambié el paso, me incliné hacia la izquierda entrando al área, y después de acomodarla suavecito, cuando el arquero salía a atorarme, la toqué hacia el medio, para que Cachito reventara la red, solo frente al arco. Uff, creo que fue más difícil contarlo que hacerlo.
La cuestión, si la hay, es que - después de los abrazos, medidos, ya íbamos 4 a 0 - empiezo a caminar despacito hacia el medio, arrastrando los pies. El Negro Medina, volviendo al trotecito, me increpa:
- ¡Qué hacés, boludo, andá de tu lado!
Y fue ahí, mis estimados, escasos y pacientes lectores  - ¡maldito sea el Chueco García! - cuando le respondí:
- Borro la jugada, para que no la copien.
Ganándome, en el mismo instante, la fama de agrandado y esta nariz de boxeador que me dejó la inolvidable piña del Negro, cobrándome un gol que no hice.
Udi
Tandil, Diciembre de 2012. 

1 comentario:

Paginas Web Barranquilla dijo...

Excelente el post, un muy buen trabajo.