imagen: candela123.blogspot.com
Muchos años después, a esa altura de la vida en la que ya no se
puede presumir ni siquiera de restos de inocencia, "Matar a un
ruiseñor" vuelve a emocionarme como a mis escasos 12 años. Muy
probablemente la impresión se deba tanto a la obra en sí como a los
recuerdos e imágenes de la época de mi vida en que accedí a ella.
"Matar a un ruiseñor" fue una de mis primeras lecturas "serias", por
fuera de la colección "Robin Hood" o esas ediciones – pero eso lo
supe más tarde –que resumían clásicos para chicos. La edición en
rústica era de Bruguera, si mal no recuerdo, y el espesor de su lomo
hubiese bastado para atemorizar a sola vista. Por algún motivo
comencé a leerla siguiendo la recomendación de un tío en cuya casa
estaba pasando parte de mis vacaciones, liberando a mis padres por
un tiempo de mi presencia. A la distancia creo entrever que el
posible motivo de mi constancia para con las primeras páginas se
haya debido a mi necesidad de sostener una imagen – que con el
tiempo iría perfeccionando – de seriedad y circunspección,
cualidades que me parecían imprescindibles en alguien que estaba
llamado a ser un abogado e intelectual de prestigio, profesiones
ambas que por esos años consideraba como mi vocación.
La continuidad de la lectura es de más fácil comprensión: un relato
protagonizado y narrado por una voz infantil tendrá forzosamente más
probabilidades de ser atendido por otro chico.
El ambiente no me era desconocido: años más o menos, aquello que
Twain retratara tan deliciosamente a través de Swayer o Finn seguía
presente en el profundo sur de la gran depresión, sólo bastaba
cambiar "automóvil" por carruaje o carroza, lo demás seguía intacto.
Se sabe, es más sencillo aprender a construir una máquina prodigiosa
que aceptar que cualquier ser humano pueda sentarse a ella con
idéntico derecho.
Tardes tórridas, calles polvorientas, excursiones al río, pasiones
soterradas. Gran parte de la mejor literatura estadounidense de la
primera mitad del siglo pasado se reconoce en ese escenario.
La anécdota en sí es luminosamente paradigmática: muchacho negro,
bueno, trabajador y asistente fiel a la iglesia es injustamente
acusado de un crimen por una mujer blanca – pero de la "escoria"
blanca – víctima de violencia familiar, producto "de la pobreza, la
ignorancia y la bebida". Un abogado liberal (pronúnciese con acento
en la "i") es su defensor, y deberá luchar contra la marea del
prejuicio, infructuosamente, por cierto.
El juicio no requiere de grandes pericias detectivescas y la verdad
es casi tangible. Por supuesto el fallo es burdo, prejuicioso y – a
la corta – criminal.
El final contempla – como manda el canon – cierta justicia poética.
A su manera, "Matar a un ruiseñor" es también una
novela "iniciática". Hay en ella un proceso de crecimiento. El
narrador evoca, y comprende a través de esta evocación aquello que
permaneció velado en su momento.
Pero hay otro nivel – y sí, hacia allí voy – que me resulta el más
conmovedor, y es el de la valoración de la imagen paterna. Ojo que
digo imagen. Es decir: el narrador advierte, y nos relata, cómo,
ciertas experiencias, actitudes y conductas ayudaron a modelar y
construir su imagen paterna. Tomemos un ejemplo: en determinada
circunstancia alguien insulta en la cara al padre del narrador, y su
reacción es de moderación y no de caída en la provocación. Puesto en
el contexto de una persona que pregona la resolución pacífica de los
conflictos y prohíbe a sus hijos las peleas, realza con su actitud
una prédica y demuestra coherencia, valor inapreciable a los ojos de
un niño. Más allá de que puedan encontrarse otras causas para
semejante proceder, sin ir más lejos la pura y simple cobardía.
No importa para el caso, que el narrador – hipotéticamente –
descubra con los años que la verdad está más cerca de la segunda
opción. Su imagen paterna se construyó sobre la primera, y es en
relación con esa imagen como fue construida una vida, o aún una
posible maternidad o paternidad.
Es emocionante – concluyo – ver el proceso de construcción de esa
imagen.
Ya querría un servidor ser objeto de similar tratamiento….
Udi, febrero 2006
3 comentarios:
Una crítica así, tan desde la tripas, no me deja opción: voy a leerla.
Un beso,( muchos)
La película me hizo llorar, como será leerla.
Un libro fantástico, una representación bárbara de los sentimientos.
Un saludo
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